martes, 30 de septiembre de 2008

1. El pasado nos vuelve a pasar

Cuando eres adolescente, piensas que al otro lado de tu pupitre, frente a tu rebeldía, a tu ilusión y a ese hambre voraz que te impulsa a hacer el loco, intentando apurar de una sola vez un enorme bocado de experiencias y tonterías, está EL ENEMIGO. Ese hombre -o esa mujer- siempre de mal humor, que no te permite concentrarte en lo importante, en los besos de tu novio o en la fantasía delirante en la que el cantante de la orquesta del pueblo, donde pasas tus vacaciones, se dirije a tí con algún fin poco decoroso. El profesor, la figura detestada, temida, ignorada... Lo recuerdas claramente, sobre todo a la profesora de Latín que perdía la voz gritándoos que os callarais y declinarais puella, -ae en vuestros cuadernos. O a aquel profesor de Filosofía que se resbaló al entrar en el seminario y, desde el suelo, os maldecía, por lo bajinis, por haber dejado todos los paraguas empapados fuera del paragüero. Y cómo olvidar a la profesora de Inglés que cantaba los temas de los Beatles marcando un clarísimo "Mariví", en lugar de "Let it be". O a aquella profesora de Biología, que aplaudía fervorosa las intervenciones de Laurita, hasta ponerse colorada de tanto batir palmas.
Lo que nunca te imaginas en esas mañanas interminables, escuchando cosas que sabes que nunca te servirán para nada interesante, es que llegará otra mañana en la que, desde el otro lado del pupitre, te enfrentarás a veinte ojos adolescentes cargados de sueño y con muy pocas ganas de concederte una tregua.
... "habrá que traducirlos, como a los silencios".