lunes, 1 de diciembre de 2008

7. “No soy la voz de la inocencia

¿Y qué pasa con esos días en los que sientes que no sabes a qué bando perteneces, de qué lado del mundo estás? Esas mañanas en las que te gustaría escapar de la sala de profesores por el resquicio que deja la esquina rota de una de las ventanas que dan al patio y una vez fuera, unirte a las risas y a los juegos de los más pequeños, hacer bolas de nieve prensadas e intentar acertar al apuntar a la estación meteorológica del profesor que nunca se olvida de llevar al aula su bata blanca, con su bolsillo azulado, recuerdo de tantos bolígrafos que dejó morir ahí. A veces me gustaría escapar de las convenciones, a veces me gustaría traspasar la frontera, volver a aquellos lugares otra vez. Y, ante la imposibilidad de cumplir mi fantasía, me dejo ir, suavemente, a través de las conversaciones de chicos y tacones que escucho en el pasillo. Después, la vuelta a la realidad, a la corrección de exámenes, a la programación, intentando poner toda mi atención en el comentario que un compañero hace de un libro, de la última película de no sé qué director. Me tomo un café cargado. Suena el timbre. Subo las escaleras. “Voy a por la última, ¿tú también?” Y nos acomodamos al otro lado de la mesa, intentando que no se nos note quiénes somos, quiénes fuimos.

Soy la cruda realidad.
Soy la musa del poeta,
yo me llamo soledad”.