lunes, 29 de marzo de 2010

45. “La amistad de un solo sabio vale más …

N. acaba de dar a luz. Su compañero nos recibe en la puerta del hospital, nos estrecha las manos, abraza y besa con total entrega, a la vez que aplasta febrilmente su cigarrillo contra el asfalto y restriega, una y otra vez, la suela contra el suelo, haciendo un extraño dibujo con la ceniza. “Estar mucho felices, mucho felices, mucho, mucho. Mis padres venir. Llegar mañana avión. Conocer niño, mucha ilusión. N. mucho contenta. Mucho sueño. Niño llorar. No saber qué hacer para contento”. Nosotros asentimos mecánicamente. “Aquí dar vacaciones por niño. Pocas. Casi no vacaciones por niño. Niño llorar. Llorar mucho. Pero mucho, mucho felices”. Menos mal que reconozco a N. bajo esas ojeras y veo que esconde un orgullo que me es familiar. Una mirada basta.


…que la de un gran número de locos”.

viernes, 26 de marzo de 2010

44. “Cuidado con la tristeza…

Dice H. que escribo siempre cosas tristes, que parece por mis textos que mi vida es el valle de lágrimas, de aquellos catecismos de tapas gastadas que nos hacían leer, y releer, en las interminables tardes de sábado en la iglesia. Y no digo yo que no tenga escritos negativos o poco optimistas pero, ¿es que la vida es un cúmulo de alegrías sin fin? ¿Siempre se puede ver el vaso medio lleno o medio vacío? Hay ocasiones en las que uno tiene que sentir pena, angustia, desesperación o lo que le toque, porque esa, señores, es la única forma de poder distinguir y apreciar la alegría, la verdadera felicidad cuando ésta tiene a bien presentarse, con todo su oropel de sencillez, en nuestras vidas.


… es un vicio”.

miércoles, 24 de marzo de 2010

43. "-La mujer, amigo mío, es un ser que por más que lo estudies te resulta siempre nuevo."

P. y yo quedamos en la estación para vernos después de un par de años de casi total desconexión mutua, sin saber muy bien si nos encontraremos con la misma persona con la que compartimos banco en la universidad, cafés y alguna copa. Supongo que es muy literario el lugar. Me recuerda inevitablemente a la pobre Anna Karenina y siento cierta envidia por la felicidad de Levin y Kitty de la misma manera en que lo hice cuando recorrí la novela por primera vez. Nos habremos vuelto más viejas pero seguimos más o menos igual de sabias.


Nos besamos, conversamos con otra conocida a la que nos hemos encontrado por casualidad, discutimos acerca del mejor restaurante para nuestra comida y nos encaminamos hacia él hablando de esto y de lo otro, de anécdotas, perros, niños; de otras amigas casadas, solteras, madres, etc. Pasito a paso, hilando las palabras, llegamos al italiano, pedimos mesa, revisamos la carta, escogemos plato para compartir –seguimos sin comer demasiado- y revisamos cuidadosamente cómo estábamos y cómo nos encontramos.


Ocho horas después de su llegada, volvemos a la misma estación, sentimos que hemos recuperado un trocito brillante de juventud, de inconsciencia, de ilusión. Quedamos en vernos pronto. No queremos dejar que pase tanto tiempo. Quizá no nos habíamos dado cuenta hasta este día juntas de lo mucho que echábamos de menos todo aquello.


Hace una noche preciosa. Estrellada. No hay malos augurios.



… "-Entonces vale más no estudiarlo."

lunes, 22 de marzo de 2010

42. "Niños pequeños, preocupación pequeña...

El programa previsto para la tarde era un asco. Tendríamos que dedicarnos a buscar regalos para un bebé cuyo sexo no conoceremos hasta que tenga a bien salir al mundo. Esto, dicho así, no parece demasiado importante como para escribir sobre ello, sí, lo entiendo, pero si crees eso, es porque nunca te has visto en una igual. Resulta que no se puede comprar ropita blanca -tan maravillosamente unisex- para recién nacido que las expertas denominan, repitiendo todo el rato: "para recién, para recién, no se lleva comprar para recién". Vamos, usan una terminología propia para referirse a algo realmente particular: la locura pre-bebé.

Descartada la idea inicial de comprar ropita pequeñita y fácil de escoger en grupo, queda también eliminada la opción del color blanco porque a la mayoría le parece sucio y son de la opinión de que, dado que los bebés son bastante guarretes -ésto no lo dicen de esta manera, claro, que todo lo relacionado con los bebés, hasta "eso" les resulta mono, mono-, hay que lavarla muchas veces y, después de multitud de lavados - ¿no crecen antes de poder estrenar todo lo que te han regalado? - resulta que amarillea.

Dado que no tenemos ni idea de si se tratará de una princesita o de un pirata - eso lo dice A., que es una cursi-, no podemos optar por los manidos rosa y azul pastelón, bastante aburridos para mi gusto pero que parecen tener una amplia acogida entre las otras féminas, que disfrutan manoseando y estirando chaquetitas y pentaloncitos de punto -bastante caros, por cierto- ante la mirada, ya algo mosqueada, de la dependienta - ¿he dicho ya que eran caros?-.

Pensamos en colores que puedan ser utilizados por un niño o por una niña y la dependienta nos ofrece una gama de pijamas, bodies y conjuntos de algodón en un tono amarillo clara de huevo que, según A. - ya digo que es la experta en este rollo-bebé-, estuvo muy de moda hace unos años, pero ahora no se lleva nada de nada y es hasta hortera regalar una canastilla en color amarillo pollito, como si estuviéramos regalándole un nido, entre la cesta de mimbre y todos los accesorios-polluelo.

A estas alturas de la tarde, ya tenemos los tres mostradores a rebosar de ropita de bebé de diferentes tamaños, que forma una especie de arcoiris descolorido y caótico. También contamos con una dependienta que está hasta la peineta de nosotras, de los padres benditos que no han querido conocer el sexo del bebé y sobre todo de A., que se ha separado del grupo y se ha puesto a inspeccionar los cochecitos convertibles de bebé, desmontándolos, probando a abrirlos y cerrarlos... de manera que la dependienta no podía recoger el material disperso por los mostradores, tampoco quería dejar a A. manipulando los cochecitos para ir en busca de más género a la trastienda y, como ocupábamos toda la superficie de la tienda, no se veía capaz de tomarse un descanso de nosotras, atendiendo a otros clientes más razonables.

En estas nos encontrábamos cuando el marido de L., que pasaba por delante del escaparate de la tienda, se sorprendió al vernos aún allí y entró al rescate de la pobre dependienta. Y le dijo a A., como quién no quiere la cosa, que lo que se llevaba ahora para los niños era el verde; un color vivo, llamativo y unisex. "¿Y qué significa el verde?", le preguntó A., con desconfianza. "Esperanza". El marido de L. respondía seguro. "¿No ves cómo están hoy los chavales? Pues todo lo que nos dé esperanzas de que los que van naciendo vendrán menos guerreros es poco".


Y después de más de tres horas de cónclave, habemus canastilla.


... ; niños grandes, preocupación grande."

viernes, 19 de marzo de 2010

41. ¿El fantasma o Tú? ¿Tú o el fantasma?¿Cuál eres tú?

Uff, qué difícil mirarte a los ojos así, directamente, sin esconderme tras las gafas de sol, sin jugar a que no recuerdo cómo éramos cuando estábamos juntos, en aquellos tiempos en los que tú aún aporreabas la guitarra y yo creía que podría aprender a cantar. En lo más oscuro de tus pupilas puedo contemplar cómo bailábamos sobre la barra del bar de N. cuando aún no había comenzado la noche y tú estabas a punto de acompañarme a casa, y yo quería fingir que era una de las camareras pechugonas y que si mis padres no se empeñaran en controlarme tanto, si no fuera prisionera de todas esas normas absurdas, yo podría bailar contigo toda la noche bajo la lluvia de febrero y calarnos hasta los huesos.

Tumbada en mi cama, soñando despierta sobre el jardín de flores rosas y azules del edredón, te imaginaba tan guapo, tocando en el local de turno, con un público enfebrecido a tus pies. Me sentía allí, flotando sobre el humo del tabaco, observándote en silencio, llena de admiración.

Me dormía cada noche con una sonrisa en los labios.

¿Era eso lo que querías sabes? A pesar de todo lo que pasó, de lo que no fue bueno, de lo que resultó bastante malo. A pesar de todo lo pasado, no me pesan nuestras travesuras, el eco de mi risa en tu cuello, aquella canción que siempre te pedía que me tarareras.

Sí, sí. Ninguna de aquellas noches amanecieron mis flores empapadas
.


"El problema es tener que abandonarte a ti a cambio de un fantasma".

miércoles, 17 de marzo de 2010

40. Conservo tan vívido el recuerdo de aquella montaña rusa...

Escucho viejos discos en el equipo de música que le ponía la banda sonora a mi adolescencia y, tal y como entonces, me tumbo en la alfombra de manera que los tímidos rayos de sol que penetran en mi vieja habitación de soltera, puedan bailar en mi camiseta blanca.

Algunos de mis peluches se conservan en el mismo lugar de las estanterías en el que yo los recuerdo. Y el tablón de notas, antes cargado de postales, fotografías de amigas y teléfonos de los chicos que conocíamos los fines de semana, y que conservábamos como pequeños trofeos, se encuentra medio vacío, sólo coloreado por algunas chinchetas redondas, salpicadas de forma desordenada por toda la superficie. Mi cama, con mi almohada, confidente de noches en blanco y de alguna que otra lágrima; mis armarios, siempre atestados de ropa de la que nunca me quería desprender porque me recorrdaba a ese cumpleaños, a aquella tarde, a una noche con J...

Todo mi mundo y mi refugio estaba dentro de estas cuatro paredes. Nada me faltaba cuando estaba aquí. Incluso podía estirar el cable del teléfono del pasillo y colarlo de forma clandestina en mi cuarto para jugar a lo de cuelga tú..., no..., cuelga tú..., no..., con más intimidad. Y, al otro lado de la línea, siempre, la música de fondo, el parloteo de los chicos que preparan los sacos para dormir, las risas de J., tan estridentes y diabólicas, y su voz, tan..., tan...

Lo siento. Sobredosis de adolescencia...



... que no puedo evitar sentir las nauseas cuando intento respirar".

lunes, 15 de marzo de 2010

39. "Casi siempre disculpamos lo que logramos comprender".

Leíamos a Petrarca en la clase de Literatura en mi último curso del instituto. La profesora, en su último año como docente, nos señalaba con su dedo huesudo, indicando sin decir ni una palabra, quién quería que leyera el siguiente poema. Todos estábamos en tensión para no perdernos. En ocasiones señalaba a algún compañero a mitad de una poesía y el pobre infeliz, que no había escuchado cómo pasábamos la página, abordaba de nuevo el primer verso de la composición mientras el rostro afilado de la P. - la llamábamos por su apellido- iba volviéndose más y más roja por momentos.

Esta mañana cuando me disponía a leer en clase aquello de "Nunca de amaros yo dejé hasta ahora,/ señora, ni lo haré mientras viva", para analizar la influencia de la poesía italiana en la lírica de Garcilaso de la Vega, me encontré con cuatro alumnos mirando por las ventanas, otros dos que se estaban pasando una nota, un grupo que empezaban una pelea de corrimiento de mesas y el resto, que no había traído el libro y protestaba a voz en grito porque pretendían que se suspendiera la clase por falta de materiales. Sólo tres niñas del fondo levantaban las manos, agitándolas como si así pudieran apartar el jaleo que nos asfixiaba en en el aula. Una de ellas me gritó con una voz de barítono algo cascada: "¡Que hables más alto, que no se te oye!".

Así que dejé dormitando libro, con el poema descansando sobre mi cuaderno de notas y me pregunté cómo estaría la P., si añoraría la enseñanza y si aún nos recordaría. Y por qué no reconocerlo, también pensé en lo que hubiera hecho ella con esta jauría que nunca se emocionará con unos versos ni escribirá una carta de amor, que no sentirá respeto por nadie, ni siquiera por uno mismo, y que no conocerá la piedad.

Observo el enjambre, dejo que su zumbido se convierta en sinfonía y releo el poema una y otra vez, una y otra vez.

... ¿Les perdonaré algún día?

viernes, 12 de marzo de 2010

38. La mejor actriz no es la protagonista de la obra...

Ser la otra es una vulgaridad y, además, resulta bastante cruel. Y no importa si se trata de ser la hermana menos agraciada entre un ramillete de beldades de rubios ricitos y mejillas rosadas o si, ya en la juventud, te ves relegada al papel de la invisible amante que viaja siempre sola en los aviones y entra oculta por el manto de la noche, al hotel de lujo en el que se hospeda ese hombre que sabe que nunca, nunca, nunca será el suyo y que, para colmo, tampoco sabe si querría como tal.

Y ser la nuera que siempre queda en un mal papel, tanto si deja que los niños jueguen y se ensucien, como si intenta mantener los vestiditos de los pequeños pajes impolutos. Siempre mejorable, siempre insuficiente o con un aprobado por los pelos sea lo que sea de lo que se trate: la comida de Año Nuevo, el tono de las camisas de su hijo o el papel escogido para las paredes del recibidor. Hay algo que chirría hasta hacer que le moleste a su cabeza o a sus oídos. Y es que siempre están las cuñadas, con esas aureolas de magnificencia, sea porque no tienen niños y van más arregladas por lo que nunca se las encuentran los conocidos sin maquillar; porque no descuidan su imagen y no se apean de los tacones ni para ir al súper, y es que siempre, siempre conocen los mejores restaurantes, escogen mejor los vinos y destilan ese aire cosmopolita que a ti te falta y que nunca tendrás. Ellas sí que dominan el arte del saber estar.

Suegra es una palabra fea. Fea, feísima. Y todas lo seremos casi con toda seguridad. Y casi con la misma seguridad nos sentiremos cómodas en ese disfraz y creeremos que actuamos correctamente; que el mundo gira tal y como nosotras lo sentimos ya que hemos criado a nuestros hijos, hemos visto envejecer a nuestros maridos y hemos terminado aceptándonos y disfrutando -más o menos- de esa que nos mira desde el otro lado del espejo. Pero, por un instante, imagináoslo, quizá por un instante demasiado largo, creamos que hemos sido destronadas. Sí, sí, que el hijo al que le escogíamos hasta los calzoncillos ya no viene a casa ni a probar nuestra tarta de melocotón y que nuestros nietos tienen un amor de madre con el que no compiten helados ni chocolates con churros por doquier. Entonces, recordemos. Sólo recordemos.

... es esa secundaria generosa que sostiene su actuación.

miércoles, 10 de marzo de 2010

37. "Muchas veces se suelen perder los hombres...

Tuve una alumna monísima que salía con un chico repetidor, un poco rebelde, el gallito de su clase y yo diría que hasta de todo su curso. Siempre se colaba por los pasillos de los departamentos, lugar vetado para los estudiantes, y conseguía inventarse una excusa casi, casi convincente - el grado de convicción dependía siempre del profesor que le encontrara - y salir indemne de ello. Y no se quedaban ahí sus hazañas. Fumador de recreo, se las apañaba para poner los pies fuera del recinto y exhalar el humo del cigarro através de la verja del centro. Experto en pires colectivos de grupos enteros organizados en pocos minutos, en el descanso de cinco minutos entre Biología e Inglés, cada uno de los cursos que ha sido la imagen del instituto, para bien o para mal, ha sido escogido delegado y ha arrastrado sus pantalones caídos hasta jefatura con las reivindicaciones más exóticas y esperpénticas. Me ha comentado una ex compañera que ahora viven juntos, en un piso de protección oficial, que ella cree que la chica está embarazada y que está segura de que se ha quedado atrapada en esa vida de un pueblo pequeño, en la que el hombre aún marca la pauta de las relaciones y del hogar, y que ella, aún demasiado joven, se ha encontrado por primera vez sola ante el hombre cuyas gamberradas le hacían reír y probablemente se haya atragantado con sus lágrimas.

... por el camino mismo que pensaban remediarse".

lunes, 8 de marzo de 2010

36. "El hombre no puede saltar fuera de su sombra".

Dice A. que ya es hora de ir pensando en boda, que no se llevan ya los noviazgos eternos aunque se corteje ya sin cortejo y compartiendo techo. Me ha enseñado vestidos de novia y unos diamantes en talla princesa que ha ido recortando de aquí y de allá. "¿No te gustan? ¿No te gustan?" Me pregunta intrigada. Y la verdad es que me encantan porque huelen a cuento de hadas, con princesa preciosa y príncipe encantado. Me gustan, sí, pero me hacen sentirme mayor. Ya sé que estoy engañándome jugando a ser Peter Pan, pero imagino esa alianza como un fardo de responsabilidades que hará que me salgan patas de gallo. Y eso que ya se ha casado aquel primer amor que guardo entre las páginas de mi libro de poemas de Benedetti, como si se tratara de una violeta.

¿Qué tendrá el matrimonio que me espanta de esta forma, que me produce este vértigo intestinal que sube hasta mi garganta y hace que se me reseque la boca? Es la palabra misma. No me fascina como me sucede con otras tales como libélula o caleidoscopio, y eso, claro, ya me condiciona. A. insiste en que es una buena idea casarse y me narra con detalle las últimas bodas a las que ha acudido. Intercambiamos anécdotas de ceremonias poco convencionales a las que asistimos como invitadas. Nos distraemos buscando en la red restaurantes y contemplando las opciones de sus jardines y salones. Hacemos bromas con los nombres de algunos platos poco convencionales e imaginamos el cuadro abstracto que será imposible de comer, por extraño y hermoso. No puedo dejar de darle vueltas y aunque deseo preguntar y romper este velo de frivolidad, no me atrevo a cruzar nuestra frontera invisible. ¿Por qué es tan importante para ti la boda? ¿Tan importante fue para ti la tuya propia? Pero guardo silencio y me rio del acento francés con el que estamos leyendo los menús de un palacete del siglo XVI, con jardín renacentista y pianista incluido en el precio.



Desgraciadamente, la mujer, tampoco.

viernes, 5 de marzo de 2010

35. Quiero la inocencia de la infancia...

Ay, qué bonito sería volver a los dieciséis y ser románticamente tontorrona como entonces. Qué inocentona y pavita, hojeando los catálogos de vestidos de novia y soñando con un príncipe azul que me rescatara de la vulgaridad de mi vida, bien prisionera en la celda de mi universo-habitación, bien perdida en el bosque de pupitres de ese verde deshumanizado que atesta las escuelas. Qué bonito sería bailar bajo un aguacero sin pensar en lavadoras, resfriados y en qué hacer para la cena.

Decididamente, ni siquiera es posible imaginar cómo sería volver a los dieciséis.

Siempre se me cuela la puñetera treintena.

Será que me estoy haciendo, irremediablemente, vieja.

... y el sueño de la adolescencia.

miércoles, 3 de marzo de 2010

34. "No le molestes, tiene insomnio...

Escribo siempre de madrugada, con Libiamo, Ne´lieti Calici en mi Ipod y con la compañía de los ronquidos del hombre que comparte mi vida y mi cama, y que últimamente parece envuelto en agitados sueños de los que, al amanecer, no recuerda o no desea compartir nada. Yo pulso la realidad de mi mente mientras la ciudad finge que duerme y algunos escogidos, como es mi caso, velamos el sueño ajeno, como si se tratara de una fiesta a la que no estamos invitados.

...y quiere curárselo durmiendo".

lunes, 1 de marzo de 2010

33. "Cómo he podido ir y venir por tantos años ...

Los dos sabemos que L. está loco por P. Ninguno de nosotros ignora que P. no quiere imaginar su existencia sin L. Lo sabemos y fingimos, en presencia de ambos, que somos ajenos a su atracción. Hacemos como si no les observáramos girar uno alrededor del otro, marcándo unas órbitas imposibles y peligrosas. Cerramos los ojos si los suyos se cruzan y se entrelazan en una de esas miradas ardientes que gimen obscenidades. Por nosotros no se tambaleará ni una sola de las tejas de pizarra de sus techos matrimoniales. H. y yo charlamos enfebrecidos con sus respectivas esposas y cruzamos los dedos bajo el mantel. Ambas discuten sobre las atenciones de sus maridos, cada una más satisfecha con las que el suyo le prodiga. Pareciera que la tormenta estuviera aún lejos siquiera de salpicarlas. P. roza a L. la mano mientras le ofrece una servilleta. Los dos sonríen con timidez, explorando esta nueva adolescencia recién descubierta. Sé que a H. le incomoda esta situación que a mí me tiene fascinada y, por qué no reconocerlo, que me produce un cosquilleo de dulce ternura y de la envidia más picante que pueda haber.

...sin ti".