lunes, 1 de diciembre de 2008

7. “No soy la voz de la inocencia

¿Y qué pasa con esos días en los que sientes que no sabes a qué bando perteneces, de qué lado del mundo estás? Esas mañanas en las que te gustaría escapar de la sala de profesores por el resquicio que deja la esquina rota de una de las ventanas que dan al patio y una vez fuera, unirte a las risas y a los juegos de los más pequeños, hacer bolas de nieve prensadas e intentar acertar al apuntar a la estación meteorológica del profesor que nunca se olvida de llevar al aula su bata blanca, con su bolsillo azulado, recuerdo de tantos bolígrafos que dejó morir ahí. A veces me gustaría escapar de las convenciones, a veces me gustaría traspasar la frontera, volver a aquellos lugares otra vez. Y, ante la imposibilidad de cumplir mi fantasía, me dejo ir, suavemente, a través de las conversaciones de chicos y tacones que escucho en el pasillo. Después, la vuelta a la realidad, a la corrección de exámenes, a la programación, intentando poner toda mi atención en el comentario que un compañero hace de un libro, de la última película de no sé qué director. Me tomo un café cargado. Suena el timbre. Subo las escaleras. “Voy a por la última, ¿tú también?” Y nos acomodamos al otro lado de la mesa, intentando que no se nos note quiénes somos, quiénes fuimos.

Soy la cruda realidad.
Soy la musa del poeta,
yo me llamo soledad”.

domingo, 30 de noviembre de 2008

6. "Palabras más, palabras más, palabras menos...

Las visitas de padres son una experiencia curiosa y reveladora. En primer lugar, los padres de aquellos niños que suspenden las pruebas escritas de forma reiterada, que nunca hacen los deberes y que tienen cuadernos sucios e incompletos, esos padres, nunca vienen a ver a los profesores. Yo me encontré con este panorama la primera vez que tuve alumnos y es un clásico que se repite curso tras curso. Sin embargo, esos alumnos aplicados y tranquilos, que nunca has tenido que regañar, te pedirán en las primeras semanas del curso una entrevista con sus progenitores. Normalmente no hay demasiado para contarles: su hijo es un buen alumno, siempre ha hecho los deberes, ha aprobado los exámenes, es educado con sus compañeros y respetuoso con el profesor… Y, por lo general, los padres son bastante duros al juzgarle, te piden que seas riguroso con su hijo, que si baja su rendimiento o algún día no hace los deberes, les llames por teléfono o les envíes una nota. Del otro lado tenemos al alumno rebelde y contestatario que, no sólo no trabaja, es que además molesta al resto de compañeros y consigue hacer perder el hilo de la clase al profesor. Aquí hay dos tipos de padres, los que conocen el paño y reconocen, sin morderse la lengua, que ellos tenían un problema con su hijo que ahora también tienes tú, y los que te miran sorprendidos, como si el chaval nunca hubiera hecho en la casa familiar lo que hace en el centro. Ambos comparten el deseo, y la esperanza, de que sus hijos titulen, de que se den cuenta de lo importante que es la educación y todos ellos obligan a los chavales, en contra de su voluntad, a acudir a las clases con la ilusión común de que quizá un día, a fuerza de idas y venidas y de horas pasadas en las aulas, además de estar de cuerpo presente, estén de mente presente, comprendan, estudien y aprueben. Normalmente escuchamos a los padres, intentamos que ellos entiendan que no está en nuestra mano hacer más de lo que ya hacemos y, cada vez con más frecuencia, les reconfortamos ante sus sentimientos de culpa y fracaso. “No hay buenos y malos padres, tampoco buenos y malos hijos. Sus hijos cambiarán, seguirán creciendo y aprendiendo a lo largo de toda su vida, como lo han hecho ustedes y ese aprendizaje, que nadie certifica ni titula, es el más importante de todos”.
...es lo que menos te puedo dar, es lo de siempre
palabras nuevas, palabras llenas de remordimiento
palabras que se lleva el viento
palabras menos, palabras más".

viernes, 21 de noviembre de 2008

5. "Dos vueltas de llave me separan del mundo...

Una tarde cualquiera, sentada en una de las sillas de piel negra de la sala de profesores, en la penumbra que rompen las pantallas de los ordenadores, mientras acaricio las páginas de un libro recién llegado a mis manos, cortesía de una editorial que espera que nos guste, que desea hacer negocio con nosotros. Nadie nos obliga a acercarnos al centro por las tardes. Sólo los claustros y las evaluaciones rompen este silencio de pasillos sin tacones. Algunas tardes sólo unos pocos privilegiados podemos escuchar el latido del corazón que se oculta tras las puertas de las calderas. El patio desierto, las plazas de garaje vacías, la nieve, de un blanco impoluto, cubriendo el jardín. Parece mentira que durante tantos años del otro lado nunca nos imagináramos estos momentos en los que el coloso acristalado es sólo nuestro.

Paseo por las aulas de los más pequeños, aún conservan los folios llenos de colores en los que han escrito sus nombres para la nueva profesora de inglés, pegados a sus mesas, como dorsales multicolores. Algún papel en el suelo, una nota para quedar después del entrenamiento, una bufanda olvidada, un manual de francés de nivel intermedio, dos caramelos de anís, un lápiz del número tres y un peón huérfano de un pequeño tablero de ajedrez. Fantasmas, huellas de lo que somos, desechos o trofeos, objetos muertos que vivirán más que nosotros. Cierro la puerta hasta mañana. A las ocho, cuando abran la puerta de entrada y empiece a desdibujarse el blanco del camino, el mundo que ahora está aquí conmigo se quedará fuera y regresarán todos aquellos que un día serán como yo.

... pero no sé a qué lado girar".

miércoles, 19 de noviembre de 2008

4. "La distancia siempre es una maldición...

Lo mejor de esta profesión es lograr transmitir.
Y es algo inesperado, infrecuente e incontrolable. Duante un millón de mañanas puedes intentar explicar con ejemplos coloridos como viñetas de tebeo, puedes invitarles a charlar sobre lo divino y lo humano, incluso formulándoles preguntas sobre sus series de televisión favoritas, sobre algún cantante, presente en todas tus clases, con su mirada plastificada en sus carpetas. Y no lograrás transmitir. Y no te transmitirán nada positivo, nada de lo que alimentarte para crecer, para buscar nuevos caminos que te lleven a ellos.
Un mediodía, cuando todos queréis marcharos a casa, cuando nada parece que vaya a salir bien y fuera hace un frío punzante, de pronto, haces un comentario improvisado, se te escapa la risa ante un gesto, ante una sonrisita entre una pareja de alumnos y, sin más, con una mirada, os entendéis. Y es posible explicar el Modernismo o la tabla periódica. Ellos te miran con ojos curiosos. Tú les hablas con palabras renovadas. Y el juego cobra sentido. Brilla, es algo nuevo, no está ajado por el tiempo, ni manoseado por la pedagogía moderna.
Te sorprenderás cuando les descubras acercándose a tu mesa una vez que ha tocado el timbre, cuando te hablen de cumpleaños, novios, de ilusiones... Un día, sin que te lo esperes, te preguntarás quiénes son, cómo son... y no necesitarás respuestas.

...dime que aún me queda algo que hacer".

viernes, 3 de octubre de 2008

3. "Me cuesta recordar mis pasos por el carnaval...

Las guardias de aula y las guardias de patio son momentos públicos de una intimidad colectiva que nos permite, en muchos casos, conocer cómo nos ven esos ojillos que nos espían con descaro por los pasillos. Los niños que son "nuestros niños" y aquellos que por una hora o por unas cuantas, se convierten en nuestros "niños adoptivos".
Muchos profesores acuden al aula de la guardia con la idea preconcebida, y certera en muchos casos, de que los alumnos les dirán que no tienen tarea, alborotarán, empezarán a medir su poder y a comprobar los límites del profesor de turno. A veces, lo mejor es romper las normas, entrar en la clase observando a los chavales y esperando su primera reacción. En ocasiones, se pondrán imposibles, gritarán, intentarán sacar de quicio al profesor. Pero también es cierto que hasta en los grupos más extraños se puede encontrar un tema de conversación: la tele, las consolas, los cómics o los juegos de rol. Y siempre alguno de ellos te mirará extrañado, sorprendido de encontrar en su profesor a un compañero de lecturas, de visionados de series americanas o a un estricto máster de juegos de rol. Después de esa hora, cuando te cruces por los pasillos a esos chicos, ya serás para siempre su "profe", aunque sólo hayas pasado con ellos unos minutos de conversación.
En las guardias de patio, los chicos te miran como si formaras parte de la exótica decoración de su adolescencia. El tiempo de juegos y risas no ha terminado, les han concedido una prórroga el acné y los primeros idilios, y en el patio aún podemos disfrutar con los alumnos de los grupos de primer ciclo, que ansían e intentan, de vez en cuando, transgredir el reglamento y cruzar las puertas de centro en los recreos, como si fuera pudieran encontrar la libertad o las respuestas a quién sabe qué preguntas.
A veces este trabajo es un regalo maravilloso.
Una cajita de tiempo con un reloj, que nos permite viajar al pasado, sentirnos de nuevo unos niños, reirnos de tonterías, sorprendernos cada día con mil historias, con todo lo que nos queda por descubrir.

... con quién estuve, con quién me puse yo a bailar".

jueves, 2 de octubre de 2008

2. La vida es un tango...

El primer contacto con un grupo siempre es extraño. Es algo así como el primer día en una academia de bailes de salón.
En la primera clase, por lo general, suelen tomar asiento en cuanto se lo indicas y también suelen mirarte, evaluándote concienzudamente, en silencio y mostrando una aparente atención a tus palabras. Y todo eso, teniendo en cuenta que no les ofreces más que una repetición vulgar de lo que los demás profesores, que han desfilado por su aula antes que tú, han tenido la atención de comunicarles: libro de texto, tipo de cuaderno, orden del mismo, porcentajes de la evaluación, contenidos de la asignatura... Lo primero que quizá nos pueda sorprender es que estos niños no toman notas de nada y, después de que hayas garabateado las dos pizarras y les preguntes si puedes empezar a borrarlas, alguno abrirá la boca para preguntarte: "Pero, ¿había que copiarlo?" Y ahí empezará el tango que tendréis que bailar juntos, acoplándoos los ritmos, intentando no estropear la coreografía.
En las segundas clases es donde ya despuntan las personalidades y el profesor se da cuenta de qué alumnos tienen problemas de aprendizaje, cuáles son remolones, cuáles pasan del mundo... A veces te encuentras con un alumno charlatán, un chico o chica que es incapaz de contener su verborrea y no sólo interrumpe al profesor constantemente o cuchichea con el compañero, sino que no tiene problemas en responder cuando preguntas a otro alumno o en gritarles las cosas más peregrinas en medio de una explicación. Conocerás al alumno que, en los dictados, copia los signos ortográficos como si fueran una palabra más del ejercicio, al que no utiliza las tildes porque "vuelven feo al texto" y al que copia hasta tres veces la frase que repites para los compañeros perdidos. Ahí ya es imposible no darse cuenta de dónde y con quién nos encontramos. Ya ha empezado el baile y hay que estar atento para no perder el paso.
... y si te resbalas, sigue bailando.

martes, 30 de septiembre de 2008

1. El pasado nos vuelve a pasar

Cuando eres adolescente, piensas que al otro lado de tu pupitre, frente a tu rebeldía, a tu ilusión y a ese hambre voraz que te impulsa a hacer el loco, intentando apurar de una sola vez un enorme bocado de experiencias y tonterías, está EL ENEMIGO. Ese hombre -o esa mujer- siempre de mal humor, que no te permite concentrarte en lo importante, en los besos de tu novio o en la fantasía delirante en la que el cantante de la orquesta del pueblo, donde pasas tus vacaciones, se dirije a tí con algún fin poco decoroso. El profesor, la figura detestada, temida, ignorada... Lo recuerdas claramente, sobre todo a la profesora de Latín que perdía la voz gritándoos que os callarais y declinarais puella, -ae en vuestros cuadernos. O a aquel profesor de Filosofía que se resbaló al entrar en el seminario y, desde el suelo, os maldecía, por lo bajinis, por haber dejado todos los paraguas empapados fuera del paragüero. Y cómo olvidar a la profesora de Inglés que cantaba los temas de los Beatles marcando un clarísimo "Mariví", en lugar de "Let it be". O a aquella profesora de Biología, que aplaudía fervorosa las intervenciones de Laurita, hasta ponerse colorada de tanto batir palmas.
Lo que nunca te imaginas en esas mañanas interminables, escuchando cosas que sabes que nunca te servirán para nada interesante, es que llegará otra mañana en la que, desde el otro lado del pupitre, te enfrentarás a veinte ojos adolescentes cargados de sueño y con muy pocas ganas de concederte una tregua.
... "habrá que traducirlos, como a los silencios".