viernes, 21 de noviembre de 2008

5. "Dos vueltas de llave me separan del mundo...

Una tarde cualquiera, sentada en una de las sillas de piel negra de la sala de profesores, en la penumbra que rompen las pantallas de los ordenadores, mientras acaricio las páginas de un libro recién llegado a mis manos, cortesía de una editorial que espera que nos guste, que desea hacer negocio con nosotros. Nadie nos obliga a acercarnos al centro por las tardes. Sólo los claustros y las evaluaciones rompen este silencio de pasillos sin tacones. Algunas tardes sólo unos pocos privilegiados podemos escuchar el latido del corazón que se oculta tras las puertas de las calderas. El patio desierto, las plazas de garaje vacías, la nieve, de un blanco impoluto, cubriendo el jardín. Parece mentira que durante tantos años del otro lado nunca nos imagináramos estos momentos en los que el coloso acristalado es sólo nuestro.

Paseo por las aulas de los más pequeños, aún conservan los folios llenos de colores en los que han escrito sus nombres para la nueva profesora de inglés, pegados a sus mesas, como dorsales multicolores. Algún papel en el suelo, una nota para quedar después del entrenamiento, una bufanda olvidada, un manual de francés de nivel intermedio, dos caramelos de anís, un lápiz del número tres y un peón huérfano de un pequeño tablero de ajedrez. Fantasmas, huellas de lo que somos, desechos o trofeos, objetos muertos que vivirán más que nosotros. Cierro la puerta hasta mañana. A las ocho, cuando abran la puerta de entrada y empiece a desdibujarse el blanco del camino, el mundo que ahora está aquí conmigo se quedará fuera y regresarán todos aquellos que un día serán como yo.

... pero no sé a qué lado girar".