viernes, 1 de octubre de 2010

64. Gone with the wind

Escucho Tara´s Theme entusiasmada como una niña, loca porque dé comienzo el espectáculo y Escarlata acuda al baile, descubra que su amor es imposible y… y… Todo. Estoy como loca por volver a vivirlo todo de nuevo. Y es que el tiempo no se llevó mi enloquecida pasión por cada uno de los minutos de esta cinta que, ahora, tengo en edición especial, remasterizada, con extras y no sé cuántas virguerías más.

Voy a aprovecharme todo lo que pueda de mis días de lesión, y ya que no puedo caminar, saltar ni hacer el mono de cualquier manera imaginable; voy a volver atrás en el tiempo.
Acompañadme si os place. Y si no, vosotros os lo perdéis.

martes, 28 de septiembre de 2010

63. The End...

Ésta sí que es una canción.

La nuestra.

Cierro los ojos mientras revolotean los recuerdos a mi alrededor, entre los copos de nieve de este invierno eterno del que no puedo escapar. Y es este silencio, este para siempre; el sonido sordo del agua, chapoteo que antes fue hielo firme, colgante, afilado y punzante sobre mi ventana abierta.

Nunca volveré a casa. No hay un lugar al que regresar.

El mar del verano ya nunca será el mismo.

Ahora que sé quién eras, que sé todo lo que escondías de mi mirada, lo que reposaba en la cadencia de tu voz cuando me cantabas al oído, en la oscuridad...

Y yo te creía. Yo te creí.

Y ahora el estío ha quedado encadenado, preso bajo las toneladas de hielo y nieve que me apartan del mundo. Ni si quiera está aquí, en la habitación cerrada en la que se ha convertido mi mente.

Me resisto. A pesar de que eres tú. A pesar de que silbas, ausente, pisando descuidado la nieve virgen. A pesar de que es nuestra canción. Me quedo quieta, escondida, reteniendo las agujas de mi reloj de pulsera entre mis dedos.


Nunca hablamos de esto.

Es invierno.

Y nieva sobre el mar.

... of the World.

jueves, 3 de junio de 2010

62. María con tiempo, hija de reina.

El parque enorme ante mi ventana y yo, con mi eterno café en mi taza de Betty Boop, veo el verano enredarse entre el pelo de María que se columpia entre risas y se asusta tomando la mano de su madre y rompiendo a reír.

Adoro el verano que se me cuela en el salón con las primeras palabras de esta niña que conoce todos los secretos de universo y se los guarda para soñarlos sola.

Mi niña de rubios rizos que no tiene miedo a la oscuridad, a la que le encanta saber más que nadie de las princesas de verdad y de los príncipes más azules que Pitufo Gruñón.

Y nos escondemos del invierno frío de los días, que vuelan y se escapan como polillas, bajo mi colcha de margaritas y yo no puedo parar de reír y de desear constantemente, una y otra vez, que no nos encuentre el tiempo.

Mariposas de cosquillas, cargadas de polvo de duende.
María se duerme en mi regazo y la beso delicadamente, intentando que mi beso entre de puntillas a ese reino infantil, a ese Nunca Jamás, a ese lugar mágico donde no caben otra cosa que la magia y la ilusión.


Dulces sueños, pequeña.

miércoles, 2 de junio de 2010

61.

Shhhh... Ni siquiera soy un recuerdo para ti.
Escribo desde la negación de mí misma.
Era verano. Sólo un vestido negro atravesó tu puerta.
Un vestido cuajado de mariposas muertas.

lunes, 31 de mayo de 2010

60. “Que no quiero borrachos, ni locos de atar. Ningún mamarracho que me haga llorar.

Y luego me dirán que cuando una mujer lee a Luis Alberto de Cuenca – tan y tan citado por estos mares - , en una cafetería. acompañada de un té blanco y jugueteando con las páginas algo ajadas del volumen de Renacimiento, está libre de grandes peligros; dado que se encuentra en un lugar público, rodeada de personas que pueden acudir en un auxilio en caso de necesidad o incluso que cuenta con la opción siempre adecuada de salir corriendo.

Pues se equivocan damas y caballeros. Hasta mi mesa en penumbra, apartada de las ancianas que meriendan destripando a personajes del colorín y altos ejecutivos, comerciales o el pasante de un despacho de tres al cuarto se entretienen con sus blackberries o con sus corbatas o su pelo, se tiene que acercar un tipo de estos extraños, periódico en mano que, a pesar de ver que ya estoy leyendo, me pregunta si quiero leer la prensa, es más, ante mis negativas, insiste el hombre con cierto apasionamiento porque “pasan en el mundo muchas más cosas de interés que en un mal libro de poemas”.

Dejemos las opiniones personales sobre la poesía –tendríamos mucho que decir si nos metemos en esos jardines, señor del periódico. Para empezar, a las siete de la tarde ya están digeridas las noticias de ese ejemplar y casi, casi lo mejor que yo podría hacer si me interesara saber que van a publicar en la prensa local de una ciudad provinciana como la nuestra, sería llamar a L. y que me contara con qué abren mañana o, para continuar, más rápido y barato, pedir la clave wifie a la amable chica de la cafetería y acceder a cualquier edición online.

Pero no puedo evitar que ese chirrido desagradable me retumbe en los oídos como si fuera la reina malvada, transfigurada en bruja, que le ofrece la manzana envenenada a Blancanieves porque, ¿a quién puede interesarle el mundo exterior si no le interesa el mundo que late dentro de él? ¿Quién puede preocuparse por los goles o por la declaración populista de tal político si no es capaz de compartir sentimiento como el, el odio, el desprecio, la desgana, la desidia o incluso la ira.

Ahí siguió un rato más, periódico en mano, mientras yo jugaba a ignorarlo como se hace con los niños malos que se manchan las manos de tinta y no se las lavan antes de pedirse y comerse un pincho.

… Ni chicos perdidos buscando a mamá ni tipos muy finos que luego te la dan”.

viernes, 28 de mayo de 2010

59. En la vida, todo vuelve, todo vuelve….


Una siempre quiere conocer los porqués. Y le pide a la vida respuestas, perspectivas diferentes que le ayuden a comprender. Pero la vida, siempre sabia, te enfrenta con una situación similar en la que tú estás en la otra orilla y... entonces lo ves todo diferente, y se hace tan complicado no cometer los mismos errores que cometieron contigo...

Si le culpabas de haber jugado, ¿acaso estarás jugando tú? Si le reprochaste su confianza, su cercanía... ¿no eres cercana tú también? ¿No le abrazas y le escuchas, le preguntas y te interesas por cada detalle que tiene que ver con él? Y te sientes prisionera de los errores que cometieron y cometes, intentando quizá no errar en lo más importante, no hacer daño en lo fundamental. Aunque una parte de ti te dice que la mayor herida ya estaba hecha incluso antes de que tú dijeras nada. Antes de que tú lo supieras, tan siquiera.

Me miras de esa forma extraña, mezcla de los ojos que admiran los cuadros en los museos, de la mirada ilusionada de los niños en los parques y de esa emocionada que acompaña a las buenas noticias. Me gustaría ser mejor. Ser diferente. Hablar menos, poder entenderte más. Me gustaría llegar a esos rincones a los que nadie llega y hacer que se te olvidaran tus mil dolores pequeños. Pero sólo soy yo. Sólo yo. Y me siento en el suelo de mi habitación con esas hojas escritas por ti entre mis manos, herida por tu dolor, el dolor que he causado yo. Es imposible no ver al otro lado del espejo, no sentir que hubo un momento en el que otro se sentó con mi realidad y sintió los daños causados. En la vida todo vuelve. Todo vuelve. Todo.


Y ya siento que no haya podido darte ni mi querer ni mi consuelo, tan si quiera una firme amistad. Todo lo derrumbó el terremoto obsesivo de tu amor. Quizá algún día olvidemos –o no – y visitemos nuestra Pompeya.




Aunque quizá no como se marchó.

miércoles, 26 de mayo de 2010

58. Sueño.

Qué lástima que no haya flores
sobre la tumba de nuestro olvido.


Paseo por el mercadillo con mi madre pisándome los talones, comentando vidas ajenas y colgada de su teléfono móvil. Todos los puestos llenos de colores, los olores a inciensos y ese sol de primavera que lo inunda todo. Parpadeo. No puede ser. ¡Es él! Está colgando un par de camisas blancas de un burro de metal. Se da la vuelta para marcharse y yo, sin pensarlo, corro tras él. Le alcanzo ya en la calle de atrás. Le llamo. Se gira. Por un instante pienso que va a marcharse sin decirme nada, que no se acordará de mí... pero me mira y yo encadeno tres preguntas sin dejarle responder. Y le sonrío.

Tiene el pelo más largo que de costumbre, no con un aspecto desaliñado, es como si sencillamente se lo hubiera dejado crecer un poco más. Se lleva las manos a la cabeza, se peina en un gesto tan suyo que hace que me estremezca. Entonces me doy cuenta de que está sudando, tiene mala cara. Me acerco y le toco la frente. "Tienes fiebre. ¿Estás enfermo?" Y me atrae hacia él y yo le miro a esos ojos que se acercan... y me besa. Cuando abro los míos me doy cuenta de que estamos en una habitación pequeña, algo oscura y con la puerta entreabierta. Sigue abrazándome y me besa en el cuello con desesperación. Yo intento balbucear algo... pero es inútil.

Cuando se sienta un momento, aprovecho la ocasión para preguntar qué fue lo que le sucedió entonces. "Era por ella. Yo ya se la había presentado a Aarón". No entiendo demasiado, no sé quién es Aarón pero parece evidente que ha fallecido. Apoya su cabeza sobre su puño cerrado, en la mesa. "¿Y lo de tu padre?". Oigo sus sollozos y la respiración entrecortada por las lágrimas. Le abrazo. "Ya pasó. Estoy aquí". Y se vuelve, me abraza y se cobija en mi cuerpo. Le acario el pelo. Sonrío. Le beso como a un niño, mientras se calma poquito a poco. "Esta tarde puedo decir que tengo una boda. Podemos vernos a las 18.45 y estar juntos". Pienso en decirle otra hora. Pienso en que yo iré en vaqueros. Pienso en que mi madre no va a creer que haya pasado esto... Pero acepto.


Y justo entonces... me despierto.

lunes, 24 de mayo de 2010

57. “Alguien me dijo que se había ido/ fuera de la ciudad. Y volví a verle…

Vamos caminando del brazo, riéndonos del mundo que tenemos alrededor. Julia me va explicando la historia de algunos edificios mientras yo me quito las gafas de sol para ver mejor los colores de los azulejos modernistas y los rostros de las cariátides. Es maravilloso pasear así. Entre la historia. Entre recuerdos. Además, me ha prometido que no iremos a ningún sitio en el que pueda sentirme incómoda o mal, nada que me pueda sobresaltar y echar a perder esta tarde de sol y charla. Y es que la ciudad puede ser mil ciudades distintas si te acompañan unos ojos que saben ver esa multiplicidad.

Me detengo ante un escaparte que me es familiar y recuerdo que ahí es justamente donde me he comprado mi último bolso. Se lo muestro a Julia que me comenta no sé qué de los bordados y los brocados. Yo estoy bastante distraída. Hace unos minutos que ha empezado a molestarme un pie y le propongo entrar a tomar algo en el próximo local que encontremos. “Te duele tanto? ¿No aguantas hasta mi casa?”. La miro con un mohín de protesta y justamente en ese instante veo la puerta de una sidrería. Le sonrío mientras camino de espaldas, sin dejar de mirar cómo me observa sorprendida.

Elijo una mesa hacia la mitad del lugar y antes de sentarme ya tengo al lado a un camarero muy simpático que nos pregunta qué deseamos tomar. Julia pide dos descafeinados con hielo y se sienta apartando el servilletero y doblando la carta para colocarla justo debajo. Retomamos la conversación hasta que nos sirven, momento en el que me ausento al baño para ver mi posible herida que, al final, no es más que una rozadura. A mi regreso, Julia está de cháchara con el camarero que se vuelve a la barra en cuanto me siento. “¿Necesitabas algo?” Julia me dice que no, que quería preguntar si había que reservar mesa para cenar los fines de semana porque a su marido le gustaría. “Bien”. Y le cuento, entre sorbo y sorbo, las andanzas de esta semana, comentamos nuestras últimas lecturas y alguna preocupación habitual. La sidrería se va llenando y poco a poco, casi sin darnos cuenta, tenemos que ir alzando cada vez más la voz para poder escucharnos.

Se ilumina la pantalla de su móvil y se la señalo con el dedo. Ella me hace un gesto con la mano, señalándome la alianza y responde. Su marido le pregunta sobre la ubicación de unos gemelos y yo, que empiezo a aburrirme, decido confeccionar un cubito con una servilleta. Alargo la mano y atraigo el servilletero hacia mí, con la carta aún debajo. Y tiro de la primera servilleta que coloco estirada sobre la mesa para empezar a realizar los pertinentes dobleces. De pronto, el corazón me da un vuelco al ver el nombre de la calle. Intento respirar con calma pero al leer el nombre de la sidrería me mareo. Levanto la vista y me encuentro con la cara desencajada de Julia que parece preocupada ante mi reacción. Dirá que sólo es un lugar, que no tiene por qué aparecer por la puerta... Que ha sido cosa mía entrar. Pero ella sigue blanca como una de las paredes y mira hacia la barra. Me dispongo a levantarme, a salir corriendo hacia alguna parte cuando mis ojos coinciden en el mismo punto que los suyos y me siento de golpe, colapsada.

Allí está. No le veo la cara pero su remolino me lo dice todo. Es él. Está hablando con alguien a quien no puedo ver porque su propio cuerpo me lo impide. Giro la cabeza. No me lo puedo creer. Esto es demasiado. Vuelvo a mirar. ¡Dios mío! Metro sesenta, pelo castaño, ojos rasgados, esa nariz, su complexión... La miro y me cuesta creerlo. “Yo tengo ese vestido”. Julia está mirándonos a los tres y tampoco parece creérselo. “Vámonos”. Cojo mi bolso, me pongo en pie y nos dirigimos a la puerta. En la salida me vuelvo hacia ella. Aún no me lo creo. “¿La has visto?” Julia asiente. “Es como..., como...”. Julia parpadea, se vuelve, la mira de nuevo y me dice: “Es igual que tú”. Nos detenemos a observarles. Yo veo como se dirige a ella, su forma de gesticular, de tocarse el pelo y de posar sus ojos en su escote descaradamente. Ella ni se da cuenta y continúa hablando y sonriendo. “No es como yo”. Las dos nos miramos. “¿La conocías? ¿Sabes cómo se llama?”. Julia se encoge de hombros mientras me susurra al oído un qué importa que amortigua su voz pronunciando un nombre. Me giro instintivamente y le miro. Él la mira a ella que se aleja hacia los baños, mientras le muestra su bolso, elevándolo sobre las cabezas de la gente. Julia me pide disculpas por haberme dejado entrar aquí. Yo salgo a la fría noche como un autómata. “Todo el mundo tiene un doble en algún lugar... Yo lo que encuentro más desagradable es que el tuyo esté precisamente a su lado. Pero eso confirma mis teorías. ¡Ella es como tú... dentro de más de una década! ¿No es eso suficiente confirmación de todo lo que te he estado diciendo?” Oigo la voz de Julia a lo lejos, casi como si no fuera conmigo toda esta historia. Quiero que se haga el silencio de una vez. Por hoy ya he tenido suficiente.
… cuando no estaba ya”.

viernes, 21 de mayo de 2010

56. Mujeres V

Abro el libro desganada. Con los años mi letra ha cambiado, mi vocación se ha esfumado. Antes escribía cada día con la esperanza de que al siguiente pudiera contar un regreso. Ahora vuelvo cada página buscando el momento exacto en que se marchitó mi esperanza. No lo encuentro. Nunca lo he encontrado. Es como si mis vocales se hubieran aliado con las consonantes y entre todas hubieran devorado el instante en el que yo admití que nunca más diría nunca más, mientras abría un libro para contar que nunca más volvería. Es lo malo de los regresos. A veces nunca se producen y los diarios esperan muertos de paciencia a que sus dueñas les cosquilleen sus líneas para contarles que sigue lloviendo en la ciudad.

miércoles, 19 de mayo de 2010

55. Mujeres IV

La mujer más fiel es aquella que sabe guardar silencio de sus deslices. No hay mujer fiel. No hay fidelidad en este cuerpo. No hay fidelidad salvo en el alma. Un día descubrí que podían mis ojos ir por libre, desbocarse como caballos, que podía perder el rumbo, soltar las riendas, sentir, aún sin moverme, como hasta el cabello se me alborotaba al viento por el galope. La infidelidad enrojece las mejillas, da brillo a los ojos, rejuvenece todo el cuerpo. Sin embargo la fidelidad te condena a un peregrinar eterno tras aquel que te liberó.

lunes, 17 de mayo de 2010

54. Mujeres III

¿Sabes quién tiene la culpa de esas lágrimas? ¿Sabes quién bebe el vino de la tarde de otros labios? ¿Lo sabes? ¿Quién es el que sonríe, el que se deja seducir, guiar hasta su cama? ¿Quién es ese que te tortura con su indiferencia? ¿Ese que juega a golf con las muchachas? Tú y yo lo sabemos. Es Él. El único. El que importa. El que no tiene por qué esperarte, ni regalarte, ni adorarte… Él. Ese que nunca se borrará de tu recuerdo. Del que conservas el teléfono en tu bolso, escondido tras tus tarjetas viejas. El que hace que sonrías cuando estás triste, el que te acompaña cuando estás sola, en el que piensas cuando descubres un libro de poemas. Y en mitad de la noche, dejando al ignorante de tu marido en su séptimo sueño, te alejas sumergida en vidas más reales y felices en las que Él espera, regala y te adora.

viernes, 14 de mayo de 2010

53. Mujeres II

Yo nunca lloro. Soy una mujer fuerte. Siempre lo he tenido claro. Siempre he peleado por todo, he reído demasiado. Pero yo nunca lloro. Nunca. No me creas cuando te digo que nunca lloro. No me creas. A veces miento. Miento porque no me gusta mi vida, porque me gusta adornar lo que nunca he sido. Miento por ese afán perfeccionista que heredé de esa tía francesa que nunca tuve. Miento. Me lo enseñaron los libros, los personajes de los cuentos. Un día conocí a un hombre. Conocí un sueño. Un día yo le dije que yo nunca miento. Que yo nunca lloro. Yo no soy así. El tiempo lo cambia todo. Él me conocía. Conocía estas calles, esta ciudad inmunda de las madrugadas, de los silencios colmados de palabras, de los baños sin ropa en San Lorenzo. Él conocía todos mis secretos. Y yo le dije la verdad. Yo nunca miento. Las palabras se llenan de mentiras, de candados de llaves perdidas. Cerraduras del tiempo. Yo nunca miento. Yo nunca miento.

miércoles, 12 de mayo de 2010

52. Mujeres I

A veces siento que esta ciudad me absorbe, que me devora, que no me deja respirar. Salto de la cama, abro la ventana y enciendo una esperanza dentro de mi corazón. La calle está desierta. La noche está vacía. Todo lo que tiene vida en esta ciudad de muertos está latiendo dentro de mi pecho. La oscuridad lo cubre todo, lo llena todo, hace que el tiempo se haga una burbuja llena de tinieblas. Respiro. Respiro. Lo hago consciente de que la vida se esfuma, de que los sueños tienden a romperse. Un coche se pierde, su sonido invade mi insomnio, mi cuarto, agita mis libros que descansaban sobre un sillón. A veces siento que mi vida esto, que sin palabras mi mundo no existe, que sin la luz estaríamos solas la soledad y yo, tu ausencia y yo, mi miedo y yo, la muerte y yo.

Y esta ciudad. Esta ciudad inmensa, pequeña, obstinada, llena de tí, con nada de mí, sembrada de pasos marcados, de días perdidos, de noches sin juicio, mañanas oscuras y tardes, tardes, tardes de versos, de sueños, de promesas, de silencio.

lunes, 10 de mayo de 2010

51. Yo sé lo que ve cuando te mira.

Yo sé lo que ve cuando te mira,
esos ojos oscuros, llenos de misterio,
las largas pestañas
ese bosque de silencio.
La nariz que se arruga con la risa.
La boca de rosa, dichosa de la alegría.

Yo sé lo que ve cuando te mira,
Esas palabras de amor que le dedicas,
tus suspiros de agua,
la frescura de la fuente de tu risa;
esa perpetua risa que es como la lluvia
para nuestra edad de sequías.

Yo sé lo que ve cuando te mira,
mas no sabes que sé lo que tú no ves al verle a él.
Sólo son un puñado de años,
un puñado de tazas de café
que se amontonan en el fregadero.
Y la vida que sigue, y sigue…
Y nunca se detiene a esperar.

Yo sé lo que ves cuando le miras.
Guardaré el secreto de tu risa.


Para aquel que corrió el riesgo cardíaco de enamorarse de una niña tan joven, tan joven, que aún le creía sus historias para no dormir y le reía hasta las lágrimas todas las bromas. Nada dura para siempre pero… ¡cómo gozaste mientras duró!

viernes, 7 de mayo de 2010

50. Mi expulsión del paraíso.


Este es un texto antiguo, bastante en realidad. Quiero que esta entrada número cincuenta sea para J.R., que no llegó a disfrutar y a sufrir la adolescencia, que nos dejó mil recuerdos imborrables en los pocos años que sus pies corrieron sobre la tierra y que me dejó grabado el recuerdo de su eterna mochila fluorescente sobre la estantería, sin que su madre quiera acudir a recogerla. Para ti, campeón.

Hay un momento en nuestra infancia en el que somos expulsados de Nunca Jamás, ese lugar de juegos y aventuras en el que vivimos mientras somos inconscientes de la doble cara de la vida. Todos tenemos un instante en el que nos vemos de pronto, sin dolor pero con rabia, fuera del paraíso. Y nos contemplamos a nosotros mismos como si no nos reconociéramos en nuestro reflejo. Yo soy el mismo. Me gusta reír. Sí, sí, pero nunca más te saldrá la risa desde ahí adentro, nunca más verás el mundo con aquellos ojos despreocupados y libres, ¿entiendes? La vida no será la misma. Y tú tampoco la vivirás igual. Quizá algún día seas valiente y recuperes el mapa del tesoro en los ojos de tu hijo. Quizá puedas volar de su mano y regresar a Nunca Jamás.

Yo tenía sólo trece años y pasaba un verano interminable en el pueblo. Mi principal preocupación era encontrar animalitos, correr por las eras y reírme con Luis. Vivíamos a unas seis casas y nuestras familias pasaban las noches de tertulia en su patio. Desde mi jardín a su puerta había seis rosales que cada mes de agosto parecían languidecer mientras el sol los acariciaba... los golpeaba. Yo recorría el camino fijándome en las piedras planas, en las rocas rotas, en el polvo que levantaban las bicicletas de los que se marchaban de excursión al río. Llegaba a la puerta y antes de llamar siempre me acercaba para escuchar los ruidos de la casa. Oía a Magda que regañaba a Pedro por saltar sobre las camas, a Pepe que estaba inquieto repasando en voz alta las definiciones de las palabras que le faltaban para terminar su crucigrama. Y a Nieves, la pequeña, que balbuceaba entre gateos y lloros, intentando siempre escaparse de la valla protectora del pasillo de abajo. Luis era el silencio. Nunca se le oía ni decir ni hacer nada. Pero nunca estaba quieto. Solía escribir frente a la ventana del cuarto de sus padres, por ser la más iluminada y la que tenía mejores vistas del jardín. Yo saludaba con un gesto a la madre, al padre y a sus hermanos, y me deslizaba hasta la habitación sintiendo el frescor de los gruesos muros de blanco impoluto. Lo hacía con todo el sigilo, con todo el cuidado... pero él siempre me descubría y al llegar yo al quicio de la puerta, Luis ya había guardado los cuadernos y me esperaba con gesto divertido.

Salía corriendo de la casa. A veces yo resbalaba por el camino y me caía al suelo, sentada, y ante su cara preocupada, yo rompía a reír sin poder evitarlo. Luis saltaba las vallas de los campos, capturaba lagartijas y seguía a las hormigas hasta encontrar su casa. Nos subíamos a los árboles para cantar a la luna cuando empezaba a caer la tarde. Y regresábamos por el camino entre risas, empapados, con los gritos de fondo de algún aldeano enfadado tras descubrirnos dentro del pilón y ver toda el agua derramada. Yo entraba a casa sin despedirme y me iba quitando los pantalones cortos y la camiseta de tirantes mientras subía por las escaleras. Los arrojaba al cesto de la ropa sucia desde la puerta y festejaba mi buen tiro con un salto. Me secaba el pelo, me ponía ropa seca y bajaba al banco de la tapia, para contar las estrellas juntos antes de cenar.

"¿Nunca me vas a decir que me quieres?". Y enrojecía desde las mejillas hasta la raíz del pelo. Nunca diría que no te quise. Que no te quiero un poquito todavía. Pero entonces, tan pocos años... no podía decirte nada más. Y a los quince ya no estabas para declararte. El otoño fue complicado, el invierno te mostró que no había cuenta atrás. Y no hubo donaciones ni trasplantes, no hubo más lunas que mirar. Tu madre me abrió la puerta destrozada y yo no podía creer que fuera verdad. Te busqué en el silencio del río, en el de las fuentes de la plaza; entre ese silencio atronador que se hizo en tu casa, entre tus hermanos y tus padres. Subí al cementerio a ver las piedras blancas, de blanco lunar como tú decías. Pero yo no pude verte en ninguna. No pude. Me tumbé entre la tierra llorando, muerta de frío en agosto y llena de miedo, y de angustia, de impotencia... Por la noche llegué a casa tan cansada y triste, tan serena y plena de realidad que no me reconocía. Me senté en el banco de la tapia a mirarte. A verte contando estrellas. Y entonces me di cuenta de que ya nunca nada volvería a ser igual.
¿Podrá un pensamiento alegre volver a hacerme volar?
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Para Juan Ramón,
In Memoriam.

miércoles, 5 de mayo de 2010

49. Menos mal que has vuelto...

Te cambias de silla para estar más cerca de mí y tiras del plato de tu café hasta que se queda a tu altura. “Es que me gusta tenerte cerquita”. Y te ríes. Te ríes así, sin miedo, con ese sonido abierto, franco, cristalino. Y yo me río contigo. No lo puedo evitar. A veces siento que te sigo a todas partes, que voy imitando tus gestos, que escucho tus sonidos en los ruidos del mundo... A veces siento que este amor me consume las neuronas y terminará por hacerme enloquecer. Pero no... Ante cualquier tropiezo, ahí estás tú. Tus manos blancas, las palmas abiertas, marcadas por las historias de tantas idas y venidas, de tantos días, meses y años. Yo dejo caer mis manos cansadas en ellas y me recogen, me reconfortan, hacen que sienta que ese lugar es mi casa, mi hogar. Y te inclinas hacia mí, los ojos entrecerrados, y apoyas tu cuello en mi hombro y, después, tu frente en mi cuello. Y suspiras. ¿Puede cualquier sonido hacerme así de feliz?

Yo me pregunto cómo es el mundo que ves cuando abres esos enormes ojos cada mañana. Qué te dicen a ti los pájaros y las flores, cómo ves los colores de los cuadros y eliges las imágenes para confeccionar los collages de tu agenda. Yo sólo te veo a ti. ¡Sólo...! Y me asusta ver el reflejo de toda la humanidad en cada gesto tuyo, en cada palabra, en cada sonrisa, en cada mohín. Eres tan humana... tan deliciosamente humana como este amor. Cierro los ojos. Puedo verte sentada a mi lado, con la mente en cualquier otra parte, soñando con piratas, libros perdidos, un código... pero aquí. Puedo sentir tu presencia, tu inconfundible olor a rosas y el ir y venir de tus manos que, como mariposas inquietas, anotan un verso, suben un dobladillo o vuelven a su lugar a un rizo rebelde. Todo, todo. Todo es tu huella en mí.

Y cierras los ojos en tu cama, en tu mundo. Y yo me tumbo en el suelo de mi habitación, otro universo. A veces pienso que me gustaría quererte menos... para poder amarte más. Locuras. Tonterías que nunca te llegaré a contar. Sólo eso, confesiones sueltas de alguien que es feliz. Sólo es feliz. Y eso... es gracias a ese latido que siento rítmico aquí dentro, dentro, dentro... dónde estás tú.
... porque el mundo no sería Mundo sin ti.

lunes, 3 de mayo de 2010

48. Hace tiempo yo también fui carne de bolero.

Abro tu mano intentando que veas - de una vez por todas- el universo que cobijan sus líneas. Dibujo con mis dedos el paisaje de la alegría de la infancia perdida y te cuento entre sonrisas lo hermosa que será la vida que te espera si aprendes a correr riesgos necesarios, a jugarte tus latidos a una sola apuesta. Me pides que te explique, un tanto alterado, cómo puede la gente llorar cuando muere el padre de Simba. Rompemos a reír como si el tiempo se hubiera detenido y desde aquí mismo, al lado de la lavadora, yo aún puedo escuchar nuestras risas nerviosas.

El comienzo de aquella historia no nos gustaba. Yo me contenía mientras hablaba con Carla por teléfono, pero tú no podías dejar de protestar ante la desigualdad social y el clasismo. “Porque creo en la igualdad de clases”. Y me lo decías tan terriblemente convencido que yo no podía dudar ni por un instante que nuestras cenas y las charlas no estaban dentro de tus ideales, que me veías como a tu igual, tu compañera. Esa Campanilla que te regala pensamientos alegres para que puedas volar y regresar a los lugares que más has amado, junto a las personas que supieron leer las líneas de tus manos y no quisieron conocer cifras o balances, apellidos o color de tu sangre.

Mi reloj de pulsera se ahoga entre segundos cuadriculados. Siento que no puedo escapar de este ambiente asfixiante en el que tú y yo nadamos a contracorriente para que nadie descubra que ha sucedido algo irreparable. Luchamos contra los elementos, luchamos contra nosotros mismos... yo me muero. Lorca reposa en mi mesita de noche y me mira con languidez. Hoy no puedo leer nada. No me siento con fuerzas para realizar otro viaje. ¿Fuimos juntos a alguna parte? Tu madre me mira aún desde el otro extremo de la mesa y me tiende la mano con fingida cortesía. Ahí es cuando mi vestido de espejos se agrieta y comienzan a partirse mis imágenes de colores. Lo nuestro se diluye en el material del que se construyen los sueños, la magia... y los boleros.
“Nunca más oiste tú hablar de mí,
en cambio yo seguí pensando en ti”.

martes, 27 de abril de 2010

47. "No hay despedidas...

Y regresa siendo el mismo y otro. Desde el otro lado del espejo a veces parece que hasta puede cogerme de la mano y llevarme lejos, a otros tiempos, cuando éramos tan idiotas y presuntuosos que creíamos tener todas las respuestas en nuestros bolsillos.

Ahora es un hombre. A veces no puedo resistirme y creo ver al niño atrapado ahí adentro, bajo los dibujos que le colorean la piel y con los que escribe para el mundo la historia que quiere que conozcan de él.

Al menos sigue persiguiendo su sueño. Yo lo abandoné. Lo sé. Me desperté un día fuera de Nunca Jamás. Y lo más triste es haberlo descubierto ahora, al verme ahí, en mi reflejo.
... más grandes que un regreso".

domingo, 18 de abril de 2010

46. "La magia del primer amor consiste...

Cuando te reencuentras con tu primer amor te esperas que te recuerde, que se emocione con alguna anécdota bonita, que te diga que nunca olvidó aquellos años adolescentes en los que hacíais juntos el cafre, os decíais te quiero y os besabais en cualquier parte.

No te esperas que sea frío y descafeinado, cortante como el filo de un cuchillo y extraño, como si nunca te hubiera cogido tan siquiera de la mano. Y te quedas así, como si acabaras de alunizar en un planeta extraño y parte del aroma de aquellos tiempos pasados se lo llevara el gélido viento de esta extraña primavera.

Y es que aún yo guardo en mi cajita hermosos recuerdos. Tengo una habitación soleada en el corazón para cada uno de aquellos días y la ventilo a diario, no vaya a ser que se me cuele la humedad de los rencores y las lágrimas.

No sé. Quizá hubiera sido mejor haber guardado silencio. A veces mis teclas están mejor calladas.
... en nuestra ignorancia de que pueda tener fin".

lunes, 29 de marzo de 2010

45. “La amistad de un solo sabio vale más …

N. acaba de dar a luz. Su compañero nos recibe en la puerta del hospital, nos estrecha las manos, abraza y besa con total entrega, a la vez que aplasta febrilmente su cigarrillo contra el asfalto y restriega, una y otra vez, la suela contra el suelo, haciendo un extraño dibujo con la ceniza. “Estar mucho felices, mucho felices, mucho, mucho. Mis padres venir. Llegar mañana avión. Conocer niño, mucha ilusión. N. mucho contenta. Mucho sueño. Niño llorar. No saber qué hacer para contento”. Nosotros asentimos mecánicamente. “Aquí dar vacaciones por niño. Pocas. Casi no vacaciones por niño. Niño llorar. Llorar mucho. Pero mucho, mucho felices”. Menos mal que reconozco a N. bajo esas ojeras y veo que esconde un orgullo que me es familiar. Una mirada basta.


…que la de un gran número de locos”.

viernes, 26 de marzo de 2010

44. “Cuidado con la tristeza…

Dice H. que escribo siempre cosas tristes, que parece por mis textos que mi vida es el valle de lágrimas, de aquellos catecismos de tapas gastadas que nos hacían leer, y releer, en las interminables tardes de sábado en la iglesia. Y no digo yo que no tenga escritos negativos o poco optimistas pero, ¿es que la vida es un cúmulo de alegrías sin fin? ¿Siempre se puede ver el vaso medio lleno o medio vacío? Hay ocasiones en las que uno tiene que sentir pena, angustia, desesperación o lo que le toque, porque esa, señores, es la única forma de poder distinguir y apreciar la alegría, la verdadera felicidad cuando ésta tiene a bien presentarse, con todo su oropel de sencillez, en nuestras vidas.


… es un vicio”.

miércoles, 24 de marzo de 2010

43. "-La mujer, amigo mío, es un ser que por más que lo estudies te resulta siempre nuevo."

P. y yo quedamos en la estación para vernos después de un par de años de casi total desconexión mutua, sin saber muy bien si nos encontraremos con la misma persona con la que compartimos banco en la universidad, cafés y alguna copa. Supongo que es muy literario el lugar. Me recuerda inevitablemente a la pobre Anna Karenina y siento cierta envidia por la felicidad de Levin y Kitty de la misma manera en que lo hice cuando recorrí la novela por primera vez. Nos habremos vuelto más viejas pero seguimos más o menos igual de sabias.


Nos besamos, conversamos con otra conocida a la que nos hemos encontrado por casualidad, discutimos acerca del mejor restaurante para nuestra comida y nos encaminamos hacia él hablando de esto y de lo otro, de anécdotas, perros, niños; de otras amigas casadas, solteras, madres, etc. Pasito a paso, hilando las palabras, llegamos al italiano, pedimos mesa, revisamos la carta, escogemos plato para compartir –seguimos sin comer demasiado- y revisamos cuidadosamente cómo estábamos y cómo nos encontramos.


Ocho horas después de su llegada, volvemos a la misma estación, sentimos que hemos recuperado un trocito brillante de juventud, de inconsciencia, de ilusión. Quedamos en vernos pronto. No queremos dejar que pase tanto tiempo. Quizá no nos habíamos dado cuenta hasta este día juntas de lo mucho que echábamos de menos todo aquello.


Hace una noche preciosa. Estrellada. No hay malos augurios.



… "-Entonces vale más no estudiarlo."

lunes, 22 de marzo de 2010

42. "Niños pequeños, preocupación pequeña...

El programa previsto para la tarde era un asco. Tendríamos que dedicarnos a buscar regalos para un bebé cuyo sexo no conoceremos hasta que tenga a bien salir al mundo. Esto, dicho así, no parece demasiado importante como para escribir sobre ello, sí, lo entiendo, pero si crees eso, es porque nunca te has visto en una igual. Resulta que no se puede comprar ropita blanca -tan maravillosamente unisex- para recién nacido que las expertas denominan, repitiendo todo el rato: "para recién, para recién, no se lleva comprar para recién". Vamos, usan una terminología propia para referirse a algo realmente particular: la locura pre-bebé.

Descartada la idea inicial de comprar ropita pequeñita y fácil de escoger en grupo, queda también eliminada la opción del color blanco porque a la mayoría le parece sucio y son de la opinión de que, dado que los bebés son bastante guarretes -ésto no lo dicen de esta manera, claro, que todo lo relacionado con los bebés, hasta "eso" les resulta mono, mono-, hay que lavarla muchas veces y, después de multitud de lavados - ¿no crecen antes de poder estrenar todo lo que te han regalado? - resulta que amarillea.

Dado que no tenemos ni idea de si se tratará de una princesita o de un pirata - eso lo dice A., que es una cursi-, no podemos optar por los manidos rosa y azul pastelón, bastante aburridos para mi gusto pero que parecen tener una amplia acogida entre las otras féminas, que disfrutan manoseando y estirando chaquetitas y pentaloncitos de punto -bastante caros, por cierto- ante la mirada, ya algo mosqueada, de la dependienta - ¿he dicho ya que eran caros?-.

Pensamos en colores que puedan ser utilizados por un niño o por una niña y la dependienta nos ofrece una gama de pijamas, bodies y conjuntos de algodón en un tono amarillo clara de huevo que, según A. - ya digo que es la experta en este rollo-bebé-, estuvo muy de moda hace unos años, pero ahora no se lleva nada de nada y es hasta hortera regalar una canastilla en color amarillo pollito, como si estuviéramos regalándole un nido, entre la cesta de mimbre y todos los accesorios-polluelo.

A estas alturas de la tarde, ya tenemos los tres mostradores a rebosar de ropita de bebé de diferentes tamaños, que forma una especie de arcoiris descolorido y caótico. También contamos con una dependienta que está hasta la peineta de nosotras, de los padres benditos que no han querido conocer el sexo del bebé y sobre todo de A., que se ha separado del grupo y se ha puesto a inspeccionar los cochecitos convertibles de bebé, desmontándolos, probando a abrirlos y cerrarlos... de manera que la dependienta no podía recoger el material disperso por los mostradores, tampoco quería dejar a A. manipulando los cochecitos para ir en busca de más género a la trastienda y, como ocupábamos toda la superficie de la tienda, no se veía capaz de tomarse un descanso de nosotras, atendiendo a otros clientes más razonables.

En estas nos encontrábamos cuando el marido de L., que pasaba por delante del escaparate de la tienda, se sorprendió al vernos aún allí y entró al rescate de la pobre dependienta. Y le dijo a A., como quién no quiere la cosa, que lo que se llevaba ahora para los niños era el verde; un color vivo, llamativo y unisex. "¿Y qué significa el verde?", le preguntó A., con desconfianza. "Esperanza". El marido de L. respondía seguro. "¿No ves cómo están hoy los chavales? Pues todo lo que nos dé esperanzas de que los que van naciendo vendrán menos guerreros es poco".


Y después de más de tres horas de cónclave, habemus canastilla.


... ; niños grandes, preocupación grande."

viernes, 19 de marzo de 2010

41. ¿El fantasma o Tú? ¿Tú o el fantasma?¿Cuál eres tú?

Uff, qué difícil mirarte a los ojos así, directamente, sin esconderme tras las gafas de sol, sin jugar a que no recuerdo cómo éramos cuando estábamos juntos, en aquellos tiempos en los que tú aún aporreabas la guitarra y yo creía que podría aprender a cantar. En lo más oscuro de tus pupilas puedo contemplar cómo bailábamos sobre la barra del bar de N. cuando aún no había comenzado la noche y tú estabas a punto de acompañarme a casa, y yo quería fingir que era una de las camareras pechugonas y que si mis padres no se empeñaran en controlarme tanto, si no fuera prisionera de todas esas normas absurdas, yo podría bailar contigo toda la noche bajo la lluvia de febrero y calarnos hasta los huesos.

Tumbada en mi cama, soñando despierta sobre el jardín de flores rosas y azules del edredón, te imaginaba tan guapo, tocando en el local de turno, con un público enfebrecido a tus pies. Me sentía allí, flotando sobre el humo del tabaco, observándote en silencio, llena de admiración.

Me dormía cada noche con una sonrisa en los labios.

¿Era eso lo que querías sabes? A pesar de todo lo que pasó, de lo que no fue bueno, de lo que resultó bastante malo. A pesar de todo lo pasado, no me pesan nuestras travesuras, el eco de mi risa en tu cuello, aquella canción que siempre te pedía que me tarareras.

Sí, sí. Ninguna de aquellas noches amanecieron mis flores empapadas
.


"El problema es tener que abandonarte a ti a cambio de un fantasma".

miércoles, 17 de marzo de 2010

40. Conservo tan vívido el recuerdo de aquella montaña rusa...

Escucho viejos discos en el equipo de música que le ponía la banda sonora a mi adolescencia y, tal y como entonces, me tumbo en la alfombra de manera que los tímidos rayos de sol que penetran en mi vieja habitación de soltera, puedan bailar en mi camiseta blanca.

Algunos de mis peluches se conservan en el mismo lugar de las estanterías en el que yo los recuerdo. Y el tablón de notas, antes cargado de postales, fotografías de amigas y teléfonos de los chicos que conocíamos los fines de semana, y que conservábamos como pequeños trofeos, se encuentra medio vacío, sólo coloreado por algunas chinchetas redondas, salpicadas de forma desordenada por toda la superficie. Mi cama, con mi almohada, confidente de noches en blanco y de alguna que otra lágrima; mis armarios, siempre atestados de ropa de la que nunca me quería desprender porque me recorrdaba a ese cumpleaños, a aquella tarde, a una noche con J...

Todo mi mundo y mi refugio estaba dentro de estas cuatro paredes. Nada me faltaba cuando estaba aquí. Incluso podía estirar el cable del teléfono del pasillo y colarlo de forma clandestina en mi cuarto para jugar a lo de cuelga tú..., no..., cuelga tú..., no..., con más intimidad. Y, al otro lado de la línea, siempre, la música de fondo, el parloteo de los chicos que preparan los sacos para dormir, las risas de J., tan estridentes y diabólicas, y su voz, tan..., tan...

Lo siento. Sobredosis de adolescencia...



... que no puedo evitar sentir las nauseas cuando intento respirar".

lunes, 15 de marzo de 2010

39. "Casi siempre disculpamos lo que logramos comprender".

Leíamos a Petrarca en la clase de Literatura en mi último curso del instituto. La profesora, en su último año como docente, nos señalaba con su dedo huesudo, indicando sin decir ni una palabra, quién quería que leyera el siguiente poema. Todos estábamos en tensión para no perdernos. En ocasiones señalaba a algún compañero a mitad de una poesía y el pobre infeliz, que no había escuchado cómo pasábamos la página, abordaba de nuevo el primer verso de la composición mientras el rostro afilado de la P. - la llamábamos por su apellido- iba volviéndose más y más roja por momentos.

Esta mañana cuando me disponía a leer en clase aquello de "Nunca de amaros yo dejé hasta ahora,/ señora, ni lo haré mientras viva", para analizar la influencia de la poesía italiana en la lírica de Garcilaso de la Vega, me encontré con cuatro alumnos mirando por las ventanas, otros dos que se estaban pasando una nota, un grupo que empezaban una pelea de corrimiento de mesas y el resto, que no había traído el libro y protestaba a voz en grito porque pretendían que se suspendiera la clase por falta de materiales. Sólo tres niñas del fondo levantaban las manos, agitándolas como si así pudieran apartar el jaleo que nos asfixiaba en en el aula. Una de ellas me gritó con una voz de barítono algo cascada: "¡Que hables más alto, que no se te oye!".

Así que dejé dormitando libro, con el poema descansando sobre mi cuaderno de notas y me pregunté cómo estaría la P., si añoraría la enseñanza y si aún nos recordaría. Y por qué no reconocerlo, también pensé en lo que hubiera hecho ella con esta jauría que nunca se emocionará con unos versos ni escribirá una carta de amor, que no sentirá respeto por nadie, ni siquiera por uno mismo, y que no conocerá la piedad.

Observo el enjambre, dejo que su zumbido se convierta en sinfonía y releo el poema una y otra vez, una y otra vez.

... ¿Les perdonaré algún día?

viernes, 12 de marzo de 2010

38. La mejor actriz no es la protagonista de la obra...

Ser la otra es una vulgaridad y, además, resulta bastante cruel. Y no importa si se trata de ser la hermana menos agraciada entre un ramillete de beldades de rubios ricitos y mejillas rosadas o si, ya en la juventud, te ves relegada al papel de la invisible amante que viaja siempre sola en los aviones y entra oculta por el manto de la noche, al hotel de lujo en el que se hospeda ese hombre que sabe que nunca, nunca, nunca será el suyo y que, para colmo, tampoco sabe si querría como tal.

Y ser la nuera que siempre queda en un mal papel, tanto si deja que los niños jueguen y se ensucien, como si intenta mantener los vestiditos de los pequeños pajes impolutos. Siempre mejorable, siempre insuficiente o con un aprobado por los pelos sea lo que sea de lo que se trate: la comida de Año Nuevo, el tono de las camisas de su hijo o el papel escogido para las paredes del recibidor. Hay algo que chirría hasta hacer que le moleste a su cabeza o a sus oídos. Y es que siempre están las cuñadas, con esas aureolas de magnificencia, sea porque no tienen niños y van más arregladas por lo que nunca se las encuentran los conocidos sin maquillar; porque no descuidan su imagen y no se apean de los tacones ni para ir al súper, y es que siempre, siempre conocen los mejores restaurantes, escogen mejor los vinos y destilan ese aire cosmopolita que a ti te falta y que nunca tendrás. Ellas sí que dominan el arte del saber estar.

Suegra es una palabra fea. Fea, feísima. Y todas lo seremos casi con toda seguridad. Y casi con la misma seguridad nos sentiremos cómodas en ese disfraz y creeremos que actuamos correctamente; que el mundo gira tal y como nosotras lo sentimos ya que hemos criado a nuestros hijos, hemos visto envejecer a nuestros maridos y hemos terminado aceptándonos y disfrutando -más o menos- de esa que nos mira desde el otro lado del espejo. Pero, por un instante, imagináoslo, quizá por un instante demasiado largo, creamos que hemos sido destronadas. Sí, sí, que el hijo al que le escogíamos hasta los calzoncillos ya no viene a casa ni a probar nuestra tarta de melocotón y que nuestros nietos tienen un amor de madre con el que no compiten helados ni chocolates con churros por doquier. Entonces, recordemos. Sólo recordemos.

... es esa secundaria generosa que sostiene su actuación.

miércoles, 10 de marzo de 2010

37. "Muchas veces se suelen perder los hombres...

Tuve una alumna monísima que salía con un chico repetidor, un poco rebelde, el gallito de su clase y yo diría que hasta de todo su curso. Siempre se colaba por los pasillos de los departamentos, lugar vetado para los estudiantes, y conseguía inventarse una excusa casi, casi convincente - el grado de convicción dependía siempre del profesor que le encontrara - y salir indemne de ello. Y no se quedaban ahí sus hazañas. Fumador de recreo, se las apañaba para poner los pies fuera del recinto y exhalar el humo del cigarro através de la verja del centro. Experto en pires colectivos de grupos enteros organizados en pocos minutos, en el descanso de cinco minutos entre Biología e Inglés, cada uno de los cursos que ha sido la imagen del instituto, para bien o para mal, ha sido escogido delegado y ha arrastrado sus pantalones caídos hasta jefatura con las reivindicaciones más exóticas y esperpénticas. Me ha comentado una ex compañera que ahora viven juntos, en un piso de protección oficial, que ella cree que la chica está embarazada y que está segura de que se ha quedado atrapada en esa vida de un pueblo pequeño, en la que el hombre aún marca la pauta de las relaciones y del hogar, y que ella, aún demasiado joven, se ha encontrado por primera vez sola ante el hombre cuyas gamberradas le hacían reír y probablemente se haya atragantado con sus lágrimas.

... por el camino mismo que pensaban remediarse".

lunes, 8 de marzo de 2010

36. "El hombre no puede saltar fuera de su sombra".

Dice A. que ya es hora de ir pensando en boda, que no se llevan ya los noviazgos eternos aunque se corteje ya sin cortejo y compartiendo techo. Me ha enseñado vestidos de novia y unos diamantes en talla princesa que ha ido recortando de aquí y de allá. "¿No te gustan? ¿No te gustan?" Me pregunta intrigada. Y la verdad es que me encantan porque huelen a cuento de hadas, con princesa preciosa y príncipe encantado. Me gustan, sí, pero me hacen sentirme mayor. Ya sé que estoy engañándome jugando a ser Peter Pan, pero imagino esa alianza como un fardo de responsabilidades que hará que me salgan patas de gallo. Y eso que ya se ha casado aquel primer amor que guardo entre las páginas de mi libro de poemas de Benedetti, como si se tratara de una violeta.

¿Qué tendrá el matrimonio que me espanta de esta forma, que me produce este vértigo intestinal que sube hasta mi garganta y hace que se me reseque la boca? Es la palabra misma. No me fascina como me sucede con otras tales como libélula o caleidoscopio, y eso, claro, ya me condiciona. A. insiste en que es una buena idea casarse y me narra con detalle las últimas bodas a las que ha acudido. Intercambiamos anécdotas de ceremonias poco convencionales a las que asistimos como invitadas. Nos distraemos buscando en la red restaurantes y contemplando las opciones de sus jardines y salones. Hacemos bromas con los nombres de algunos platos poco convencionales e imaginamos el cuadro abstracto que será imposible de comer, por extraño y hermoso. No puedo dejar de darle vueltas y aunque deseo preguntar y romper este velo de frivolidad, no me atrevo a cruzar nuestra frontera invisible. ¿Por qué es tan importante para ti la boda? ¿Tan importante fue para ti la tuya propia? Pero guardo silencio y me rio del acento francés con el que estamos leyendo los menús de un palacete del siglo XVI, con jardín renacentista y pianista incluido en el precio.



Desgraciadamente, la mujer, tampoco.

viernes, 5 de marzo de 2010

35. Quiero la inocencia de la infancia...

Ay, qué bonito sería volver a los dieciséis y ser románticamente tontorrona como entonces. Qué inocentona y pavita, hojeando los catálogos de vestidos de novia y soñando con un príncipe azul que me rescatara de la vulgaridad de mi vida, bien prisionera en la celda de mi universo-habitación, bien perdida en el bosque de pupitres de ese verde deshumanizado que atesta las escuelas. Qué bonito sería bailar bajo un aguacero sin pensar en lavadoras, resfriados y en qué hacer para la cena.

Decididamente, ni siquiera es posible imaginar cómo sería volver a los dieciséis.

Siempre se me cuela la puñetera treintena.

Será que me estoy haciendo, irremediablemente, vieja.

... y el sueño de la adolescencia.

miércoles, 3 de marzo de 2010

34. "No le molestes, tiene insomnio...

Escribo siempre de madrugada, con Libiamo, Ne´lieti Calici en mi Ipod y con la compañía de los ronquidos del hombre que comparte mi vida y mi cama, y que últimamente parece envuelto en agitados sueños de los que, al amanecer, no recuerda o no desea compartir nada. Yo pulso la realidad de mi mente mientras la ciudad finge que duerme y algunos escogidos, como es mi caso, velamos el sueño ajeno, como si se tratara de una fiesta a la que no estamos invitados.

...y quiere curárselo durmiendo".

lunes, 1 de marzo de 2010

33. "Cómo he podido ir y venir por tantos años ...

Los dos sabemos que L. está loco por P. Ninguno de nosotros ignora que P. no quiere imaginar su existencia sin L. Lo sabemos y fingimos, en presencia de ambos, que somos ajenos a su atracción. Hacemos como si no les observáramos girar uno alrededor del otro, marcándo unas órbitas imposibles y peligrosas. Cerramos los ojos si los suyos se cruzan y se entrelazan en una de esas miradas ardientes que gimen obscenidades. Por nosotros no se tambaleará ni una sola de las tejas de pizarra de sus techos matrimoniales. H. y yo charlamos enfebrecidos con sus respectivas esposas y cruzamos los dedos bajo el mantel. Ambas discuten sobre las atenciones de sus maridos, cada una más satisfecha con las que el suyo le prodiga. Pareciera que la tormenta estuviera aún lejos siquiera de salpicarlas. P. roza a L. la mano mientras le ofrece una servilleta. Los dos sonríen con timidez, explorando esta nueva adolescencia recién descubierta. Sé que a H. le incomoda esta situación que a mí me tiene fascinada y, por qué no reconocerlo, que me produce un cosquilleo de dulce ternura y de la envidia más picante que pueda haber.

...sin ti".

viernes, 26 de febrero de 2010

32. Los viejos rockeros nunca mueren, ...

Esta tarde, cuando me han contado que te has casado, he desempolvado algún recuerdo de los importantes, ya sabes, como el día en el que nos conocimos, la tarde del plantón o la noche en la que me asfixiaron nuestras diferencias, rompí tus cartas y arrojé los pedazos por la ventana, sobre la acera mojada. El caso es que, entre medias, se me han ido colando otros instantes llenos de vivos colores y he sentido el abrazo frío de tu cazadora vaquera, tus dedos delgados apartándome el flequillo y tu mentón apoyado en mi frente, calentando mis ideas con tu respiración entrecortada.

Tengo fija en mi memoria aquella tarde en la que te convencí para acompañarme al cine, a la película para romanticona del momento. Recuerdo cómo te resististe al principio -porque tú eras un tío duro-, y cómo terminaste apoltronado en una de aquellas incómodas butacas de las viejas salas de entonces. Yo miraba el artesonado del techo, te explicaba que me gustaba ir a ese y no al nuevo porque éste antes había sido un teatro y disfrutaba fantaseando con las noches de estreno y con los vestidos fabulosos de las damas acariciando el suelo. Conservo la imagen de nuestras manos entrelazadas antes de que se hiciera la noche, como si de una polaroid se tratara. Dios mío, cuánto tiempo ha pasado desde los días en los que nos besábamos con descaro e imprudencia... Y lo terrible es que parece que acabásemos de despedirnos ante el portal de la casa de mis padres y es que yo aún te estoy viendo girar la esquina del banco, te lanzo un beso con la punta de los dedos y sonrío encandilada.


Te he visto en esas fotografías con tu chaqué, tan serio, tan mayor, tan cabeza de familia... que casi me creo que ese eras tú.

...aunque el tiempo les obligue a cortarse la melena.

jueves, 25 de febrero de 2010

31. "Quiero clavarte una flecha en tu alma malvada, mirarte a la cara, ...

Acaricio el cenicero de cristal verde de bohemia que te trajiste de Italia cuando yo no era más que una niña que gastaba las tardes de sol jugando con mis primos bajo los olivos de la casa de mis tíos, acariciada por la brisa tibia que venía desde el mar y se enredaba entre nuestras piernas cuando saltábamos a la comba bajo la mirada ausente de la bisabuela, pendiente de asuntos que a nosotras nos parecían totalmente ridículos. Todo eso es lo que se pasea por mi cabeza cuando me preguntas odiosamente en qué es en lo que pienso porque, según tu criterio, está claro que algo está distrayendo mi atención de tus palabras, esa tela de araña que hilas e hilas sin cesar, incansable, intentando atraparme con algún comentario que, de sarcástico, resulta hiriente o con un análisis tan sesudo y objetivo que desmembra de forma inhumana el mejor poemario que me hayas recomendado nunca. Menuda guerra interminable es esta nuestra. Pudo ser y no fue tantas veces que en los reinos de nuestra existencia es deporte nacional jugar al gato y al ratón al menos una vez al año. Nos tomamos un coñac en la soledad de tu despacho, un día refugio de tus pasiones clandestinas, hoy madriguera de recuerdos en la que te refugias, protegiendo los tesoros de tus conquistas del polvo del olvido.
Haces un mohín tan tuyo que, como por ensalmo, siento la quemazón del golpe de la cuerda en mi pantorrilla derecha. Me giro para tomar uno de los extremos de la comba y proseguir con el juego cuando reparo en los ojos verdes, profundos, marítimos, del hombre que saluda a papá en la terraza y que, en lo que dura el abrazo, me mira extrañado, quizá por mi altura, por ese aire desgarbado o porque no aparto mi mirada de la suya. Celebramos los casi sesenta que, de nuevo, no cumplirás para mí. Envuelta en tu red, deslumbrada por tus ojos color esmeralda, otra vez en el cortijo, de nuevo en el límite, en ese casi que sí, casi que no.
...decirte que nunca te contaré la verdad".

miércoles, 24 de febrero de 2010

30. "Sólo el olvido podría rescatarlos de la duda, ...

Se abrirá otro museo etnográfico repleto de artilugios anacrónicos que algún loco romántico habría ido reuniendo a lo largo de los años y que, en su testamento, ha endosado al ayuntamiento, convencido quizá de que los políticos se tomarían su legado más en serio que a los plenos municipales. Finalmente, el descendiente de un indiano que se había labrado todo un imperio en el México decimonónico ha dejado este mundo haciéndole un favor al coleccionista entregado y ha cedido el palacete familiar con la condición de que se utilice como museo. Causalidad o casualidad, estos dos hombres que jamás compartieron ni un dominó en la tasca del pueblo y que pisaban la aldea apenas unos días al año, lograrán que sus nombres prevalezcan en el recuerdo de varias generaciones de foráneos y de turistas que contemplarán los objetos y pasearán por las estancias y los jardines creyéndose en el siglo XIX.
El tiempo es caprichoso. Casi tanto como la memoria. ¿A quién le importa la pequeña María de las Mercedes, la más pequeña de las niñas de los del Fontán? Ya nadie podría distinguirla entre sus hermanas, atrapadas todas en las descoloridas fotografías que descolocamos sobre las cajas del sótano, nuestro último descubrimiento. Así acompañamos en su almuerzo a Lesmes, encargado de esta desbordante locura y hacemos tiempo mientras él sigue encadenado a su teléfono móvil, soportando la soporífera conversación del edil que pretende inaugurar demasiado pronto y colgarse no sé qué medalla ante vaya usted a saber quién. Nosotras abrimos los sobres ajados y amarillentos, nos colamos de puntillas en notas de agradecimiento y cortesía, aburridas espístolas sobre finanzas y negocios y, de pronto, cuando ya habíamos perdido toda esperanza de encontrar una buena historia, encontramos una carta para Mercedes. Buscamos más, intentando encontrar el caminito de las migas de pan, leemos con avidez, ordenamos por fechas y Lesmes da con una fotografía de una joven morena, de profundos y enormes ojos negros, dedicada a su padre de su puño y letra. Todos nos emocionamos al conocer a Mercedes. ¿Dónde habría guardado las misivas durante tanto tiempo? Lesmes se muestra desconcertado y excitado.
La jovencita del pelo trenzado había estudiado en el colegio de las Cágigas, había sido presentada en sociedad, se había casado y había sido madre de cuatro hijos varones que, afortunadamente, llegaron a la edad adulta, casándose y teniendo hijos a su vez. Seguramente ninguno de ellos habría leído las cartas de su maman y, aunque estábamos extrañados de que no hubieran sido quemadas por alguna doncella de confianza, nos alegramos de que su dueña hubiera hallado un escondite tan eficaz y que hubieran podido burlar el paso del tiempo y llegar a nuestras manos. Sin duda, ni ella misma hubiera imaginado que más de un siglo después de aquella pasión que compartió con el hijo de uno de los sirvientes de la casa de su padre, esas mismas emociones conmovieran e intrigaran a un grupo de curiosos que siempre fingen estar de vuelta de todo. Y pensar que esos tesoros estarán guardados dentro de sus cajas polvorientas, en el sótano de la historia que muestra el museo, como si fueran su corazón...

... pero no están dispuestos a olvidarse".

martes, 23 de febrero de 2010

29. "Voy a volar a las estrellas...

Ya son quince y más de un millón de sueños. Los pájaros que le revolotean entre las ideas se suelen dar de bruces con su ceño fruncido y cree que no sé que en cuanto cierra los ojos cada noche continúa abrazando a Panchito, aunque se finge indiferente cuando muevo los hilos y le digo que ya va siendo hora de proporcionarle la jubilación, como el pobre elefante se merece.
Tiene los ojos de su padre, rápidos e inquietos, con ese destello de locura que me empeño en colgarle a la edad, ya se sabe, la peor de las vividas, aunque sea por la novedad y por la sorpresa. Quién me lo diría... Yo que he vivido los quince año tras año, que he rebobinado esa película para volvérmela a tragar con acné, dudas, impertinencias, risitas tontas... Yo que creía conocerla como si cada una de sus venas fuera una carreterita serpenteante que llegaba y partía de mí. Qué bobería adolescente la mía.
Una mañana se levantó a lo James Dean y, aún en pijama, despeinada y con pocas ganas de hablar, se nos instaló en el sofá junto a una caja de pañuelos de papel. Hipó tristemente desde el salón, con un dramatismo que me abrió de golpe el álbum de recuerdos de la memoria. Y nos negó la risa heredada de mi abuelo con la que siempre nos iluminaba los domingos de invierno, con esos chistes tan malos y con sus esperpénticas imitaciones de sus hermanos, de su tío y hasta de los vecinos.
Con los dedos manchados de tinta y Romeo y Julieta bajo el brazo, juega con un sobre amarillo que no sabe si tendrá valor para entregar a su destinatario. Dos semanas de eufóricos recibimientos agitados con los más crueles desprecios nos tuvieron a todos vueltos del revés y nos dividimos en nuestros posicionamientos incluso en nuestro fuero interno. Mientras mi yo que adora el amor y la paz mundial se moría por verla regresando feliz después de haber entregado la misiva, mi yo madre quería borrarla de la faz de la tierra y de su memoria.
Ella. Sombra recortada en la oscuridad de la entrada. Apoyada en la verja se deja besar tiernamente, como siempre debería ser la primera vez. Sonrío, café en mano, tras los visillos de la cocina. H. refunfuña que tendría que salir ahí fuera y decir ésto, hacer lo otro...
... para nunca regresar".

lunes, 22 de febrero de 2010

28. "Colgada al borde de la desidia...

Dicen los niños de Primero de E.S.O. que ellos pasan sus tardes frente al televisor, inmersos en los debates, que ellos aseguran apasionantes, de un programa de corazón en el que los colaboradores bailan, cantan, meriendan, y hasta discuten en directo, todo ello de una forma tan real "que parece que están en tu salón, profe, y es como si tú estuvieras ahí, en la tele". Así que comparten sobremesa con un famoso de medio pelo, un ex concursante de reality, la ex pareja de un maestro y un puñado de periodistas que se enredan en batallas verbales imposibles y que, desgraciadamente, ya han pasado más allá del intercambio de palabras en alguna ocasión. Y creen estos niños que, al igual que en su programa, puede el delegado copresentar la clase y el repetidor del fondo está estratégicamente colocado para dirigir la evaluación oral. "La tele es como la vida - me dice A. con todo convencimiento-, sólo que en la vida no hay anuncios". Interviene M. con rapidez: "Y cada vez se le parece más, que en la uno ya no hay ni anuncios".
... cuelgan mis pies sobre el vacío".

domingo, 21 de febrero de 2010

27. "Hay lagartos con zapatos ...

Nos citamos a eso de las seis para que nos den un masaje doble, de esos que reservan las parejas que recién comienzan su relación y aún están en la etapa en la que el cuerpo del otro es una aventura milagrosa y emocionante, mezcla de En busca del corazón verde y una peli de Bigas Luna. Y lo hacemos por ese placer de sentir algo sin vivirlo, sin experimentarlo. Yo, emparejada desde hace tanto tiempo que ya sólo conservo reminiscencias de lo que era la soltería, y J., aún convaleciente de un divorcio salvaje que la ha dejado físicamente agotada y emocionalmente resentida, no estamos en la mejor momento para embarcarnos en affaires que nos conducirían a la perdición o a la deriva. Sin embargo, necesitamos sentir esas cosquillas en el ombligo, contagiarnos la risa floja adolescente y cotillear, imaginar, fantasear... Rozar el peligro, pero sólo con las puntas de los dedos.

Antes de entrar en la cabina, enfundadas ya en esos albornoces que parecen cosidos con trocitos de nube, analizamos a las parejitas que, como nosotras, esperan su masaje mientras disfrutan del jacuzzi, juguetean en las colchonetas o se relajan en un par de tumbonas. Nosotras nos sentamos ansiosas en el borde de la piscina climatizada, dejando que nuestros pies se sumerjan mientras nuestros ojos viajan de unos a otros, ávidos de historias llenas de misterio y pasión clandestina. Tenemos al casado, para nada culpable, que se merienda con los ojos a la que bien parece su secretaria. Estamos seguras de que le ha dicho a su mujer que llegará tarde a la cena puesto que está reunido. J. se ríe amargamente. Eso ha sido idea suya y aún le escuece la sal en su propia herida. También hay una parejita de tórtolos que visita el recinto por primera vez. No llevan demasiado tiempo juntos, ella muestra ciertos pudores cuando él señala su escote. Se sonroja y él se ríe. Ella le mire con descaro y los dos sonríen mirando al suelo. Les auguramos un buen futuro juntos. Una chica rubia escultural acaricia el pecho de un cincuentón sobre el que está recostada. Se relamen como gatitos. J. reconoce al tipo. Su mujer presenta un programa en la tele. Yo dudo que se trate del mismo hombre.

El masajista viene a recogernos y nos pregunta si auguramos algún escándalo que le permita comprarse una casa en L.A. y dedicarse a probar suerte en el cine.
"¿Tú crees que el tío ese tiene algún reparo en que todo el mundo le vea con la Marilyn?" Me pregunta J. con soberbia. "Así son los hombres ricos. Nunca te casas con ellos. No importa lo atractiva, famosa o talentosa que seas. Ellos son los que se casan contigo. Ellos te eligen. Ellos deciden cuándo te quieren y por cuánto tiempo. No les importa lo que les cueste conseguirte, mantenerte o lo que tengan que pagar por librarse de ti. Qué puede importarles si tienen mucho de todo. Tienen tanto de todo que todo les sobra". Dani se esfuerza en que nos centremos en el abismo de la nada, vamos, quiere que nos callemos. J. saca la melena leonina del hueco de la camilla y le dedica su peor mueca. Yo aplaudo con las palmas por encima de mi cabeza . J. intenta recolocarse la toalla para poder responderle, cuando se resbala, y en un instante se encuentras despatarrada y desnuda, contrastando sus rizos rojos con el mármol del suelo. Dani la mira. No quiere mirarla pero lo hace así, de esa manera en la que no debería hacerlo, ya sabes, como si el naufragio ya fuera inevitable. Yo finjo mi mejor risa cascabelera, como si nada grave hubiera pasado, pensando ya en el cambio de escenario de la función de los jueves, dado que nuestro preferido se ha vuelto irremediablemente real.
... y hay zapatos de lagarto".

sábado, 20 de febrero de 2010

26. "El problema no es tener que abandonarlo todo a cambio de ti.

Me cantabas al oído aquella canción de La oreja, invitándome a entonar contigo mientras tocabas esa vieja guitarra, herencia de no sé qué primo lejano que se casó con no sé quién en un pueblo perdido del Sur. Y el cielo que detenía el tiempo en un beso, se quedaba prendido entre tus dedos juguetones, entrelazándonos sobre las flores de cretona del sofá de tu madre.

Las tardes de lluvia y las noches tormentosas se fueron deslizando a través de las páginas de los libros de texto, entre los acordes del tema que nunca eras capaz de componer. Y sin saber cuándo ni cómo, nos encontramos besando los labios de un extraño que ya no era aquel artista loco del que nos enamoramos como idiotas.

Tic-tac. Corrí con mis zapatos rojos sobre todos los adoquines rotos. Tic-tac. Abrí los ojos y taconeé con placer de charco en charco. Tic-tac. Bailé en playas desiertas, llena de pasiones. Tic-tac. Bebí de menos y hablé de más. Tic-tac. Me reí hasta hacerme llorar. Tic-tac. Lloré hasta aprender a reirme de mí misma. Tic-tac. Y ahora, tantos años después, se cruzan nuestros caminos, así, de casualidad, en un "pasaba por aquí" que no nos resulta inocente a ninguno de los dos.

Y compramos café para llevar -como está tan de moda...-, nos lo tomamos en la calle, hablando de banalidades - Tú. Yo. Nosotros-. Nos vamos helando; será la nieve, será este miedo que no nos permite ni pensar siquiera dónde está la llave con la que encerramos a los que fuimos. Tú me miras a los ojos utilizando tus lentillas como escudo y yo, absorta en todo este absurdo monólogo interior, me escondo tras mis gafas negras.

El problema es tener que abandonarte a ti a cambio de un fantasma".

viernes, 8 de enero de 2010

25. Qué maravilloso es vivir la vida contigo.

Tú, que sabes chasquear los dedos y hacer que lo bueno sea aún mejor y que lo malo no sea para tanto. Ese hombre al que enseñé a hacer bolas con los calcetines y triángulos con las bolsas de plástico. Y que disfrutó con el proceso, expectante como un niño en la noche de Reyes. Nunca pensé que compartiría biblioteca en el salón y cama de dos por dos. Nunca creí que sería capaz de dejar mi cuaderno de notas sin importarme que alguien leyera cómo veo el mundo. Y es que a veces pienso que miramos a través de los mismos ojos.

Es un regalo poder caminar a tu lado, cada uno en sus zapatos. Y hacer planes, escuchar cómo vibran los cristales de la galería con Tchaikovsky, asustar al perro del vecino, saltar los escalones hasta el descansillo, enredarnos con las madejas de lana de la manta que nunca logro terminar, cantar por las calles vacías, hacer el pino en el mar, leer el periódico a cuatro manos, pelearnos por el mando de la tele, robarnos las palomitas cuando el otro no mira, quedarnos dormidos, uno sobre otro, en el sofá.

Pero el baño, cariño, te toca fregarlo a ti.