domingo, 21 de febrero de 2010

27. "Hay lagartos con zapatos ...

Nos citamos a eso de las seis para que nos den un masaje doble, de esos que reservan las parejas que recién comienzan su relación y aún están en la etapa en la que el cuerpo del otro es una aventura milagrosa y emocionante, mezcla de En busca del corazón verde y una peli de Bigas Luna. Y lo hacemos por ese placer de sentir algo sin vivirlo, sin experimentarlo. Yo, emparejada desde hace tanto tiempo que ya sólo conservo reminiscencias de lo que era la soltería, y J., aún convaleciente de un divorcio salvaje que la ha dejado físicamente agotada y emocionalmente resentida, no estamos en la mejor momento para embarcarnos en affaires que nos conducirían a la perdición o a la deriva. Sin embargo, necesitamos sentir esas cosquillas en el ombligo, contagiarnos la risa floja adolescente y cotillear, imaginar, fantasear... Rozar el peligro, pero sólo con las puntas de los dedos.

Antes de entrar en la cabina, enfundadas ya en esos albornoces que parecen cosidos con trocitos de nube, analizamos a las parejitas que, como nosotras, esperan su masaje mientras disfrutan del jacuzzi, juguetean en las colchonetas o se relajan en un par de tumbonas. Nosotras nos sentamos ansiosas en el borde de la piscina climatizada, dejando que nuestros pies se sumerjan mientras nuestros ojos viajan de unos a otros, ávidos de historias llenas de misterio y pasión clandestina. Tenemos al casado, para nada culpable, que se merienda con los ojos a la que bien parece su secretaria. Estamos seguras de que le ha dicho a su mujer que llegará tarde a la cena puesto que está reunido. J. se ríe amargamente. Eso ha sido idea suya y aún le escuece la sal en su propia herida. También hay una parejita de tórtolos que visita el recinto por primera vez. No llevan demasiado tiempo juntos, ella muestra ciertos pudores cuando él señala su escote. Se sonroja y él se ríe. Ella le mire con descaro y los dos sonríen mirando al suelo. Les auguramos un buen futuro juntos. Una chica rubia escultural acaricia el pecho de un cincuentón sobre el que está recostada. Se relamen como gatitos. J. reconoce al tipo. Su mujer presenta un programa en la tele. Yo dudo que se trate del mismo hombre.

El masajista viene a recogernos y nos pregunta si auguramos algún escándalo que le permita comprarse una casa en L.A. y dedicarse a probar suerte en el cine.
"¿Tú crees que el tío ese tiene algún reparo en que todo el mundo le vea con la Marilyn?" Me pregunta J. con soberbia. "Así son los hombres ricos. Nunca te casas con ellos. No importa lo atractiva, famosa o talentosa que seas. Ellos son los que se casan contigo. Ellos te eligen. Ellos deciden cuándo te quieren y por cuánto tiempo. No les importa lo que les cueste conseguirte, mantenerte o lo que tengan que pagar por librarse de ti. Qué puede importarles si tienen mucho de todo. Tienen tanto de todo que todo les sobra". Dani se esfuerza en que nos centremos en el abismo de la nada, vamos, quiere que nos callemos. J. saca la melena leonina del hueco de la camilla y le dedica su peor mueca. Yo aplaudo con las palmas por encima de mi cabeza . J. intenta recolocarse la toalla para poder responderle, cuando se resbala, y en un instante se encuentras despatarrada y desnuda, contrastando sus rizos rojos con el mármol del suelo. Dani la mira. No quiere mirarla pero lo hace así, de esa manera en la que no debería hacerlo, ya sabes, como si el naufragio ya fuera inevitable. Yo finjo mi mejor risa cascabelera, como si nada grave hubiera pasado, pensando ya en el cambio de escenario de la función de los jueves, dado que nuestro preferido se ha vuelto irremediablemente real.
... y hay zapatos de lagarto".