miércoles, 24 de febrero de 2010

30. "Sólo el olvido podría rescatarlos de la duda, ...

Se abrirá otro museo etnográfico repleto de artilugios anacrónicos que algún loco romántico habría ido reuniendo a lo largo de los años y que, en su testamento, ha endosado al ayuntamiento, convencido quizá de que los políticos se tomarían su legado más en serio que a los plenos municipales. Finalmente, el descendiente de un indiano que se había labrado todo un imperio en el México decimonónico ha dejado este mundo haciéndole un favor al coleccionista entregado y ha cedido el palacete familiar con la condición de que se utilice como museo. Causalidad o casualidad, estos dos hombres que jamás compartieron ni un dominó en la tasca del pueblo y que pisaban la aldea apenas unos días al año, lograrán que sus nombres prevalezcan en el recuerdo de varias generaciones de foráneos y de turistas que contemplarán los objetos y pasearán por las estancias y los jardines creyéndose en el siglo XIX.
El tiempo es caprichoso. Casi tanto como la memoria. ¿A quién le importa la pequeña María de las Mercedes, la más pequeña de las niñas de los del Fontán? Ya nadie podría distinguirla entre sus hermanas, atrapadas todas en las descoloridas fotografías que descolocamos sobre las cajas del sótano, nuestro último descubrimiento. Así acompañamos en su almuerzo a Lesmes, encargado de esta desbordante locura y hacemos tiempo mientras él sigue encadenado a su teléfono móvil, soportando la soporífera conversación del edil que pretende inaugurar demasiado pronto y colgarse no sé qué medalla ante vaya usted a saber quién. Nosotras abrimos los sobres ajados y amarillentos, nos colamos de puntillas en notas de agradecimiento y cortesía, aburridas espístolas sobre finanzas y negocios y, de pronto, cuando ya habíamos perdido toda esperanza de encontrar una buena historia, encontramos una carta para Mercedes. Buscamos más, intentando encontrar el caminito de las migas de pan, leemos con avidez, ordenamos por fechas y Lesmes da con una fotografía de una joven morena, de profundos y enormes ojos negros, dedicada a su padre de su puño y letra. Todos nos emocionamos al conocer a Mercedes. ¿Dónde habría guardado las misivas durante tanto tiempo? Lesmes se muestra desconcertado y excitado.
La jovencita del pelo trenzado había estudiado en el colegio de las Cágigas, había sido presentada en sociedad, se había casado y había sido madre de cuatro hijos varones que, afortunadamente, llegaron a la edad adulta, casándose y teniendo hijos a su vez. Seguramente ninguno de ellos habría leído las cartas de su maman y, aunque estábamos extrañados de que no hubieran sido quemadas por alguna doncella de confianza, nos alegramos de que su dueña hubiera hallado un escondite tan eficaz y que hubieran podido burlar el paso del tiempo y llegar a nuestras manos. Sin duda, ni ella misma hubiera imaginado que más de un siglo después de aquella pasión que compartió con el hijo de uno de los sirvientes de la casa de su padre, esas mismas emociones conmovieran e intrigaran a un grupo de curiosos que siempre fingen estar de vuelta de todo. Y pensar que esos tesoros estarán guardados dentro de sus cajas polvorientas, en el sótano de la historia que muestra el museo, como si fueran su corazón...

... pero no están dispuestos a olvidarse".