viernes, 26 de febrero de 2010

32. Los viejos rockeros nunca mueren, ...

Esta tarde, cuando me han contado que te has casado, he desempolvado algún recuerdo de los importantes, ya sabes, como el día en el que nos conocimos, la tarde del plantón o la noche en la que me asfixiaron nuestras diferencias, rompí tus cartas y arrojé los pedazos por la ventana, sobre la acera mojada. El caso es que, entre medias, se me han ido colando otros instantes llenos de vivos colores y he sentido el abrazo frío de tu cazadora vaquera, tus dedos delgados apartándome el flequillo y tu mentón apoyado en mi frente, calentando mis ideas con tu respiración entrecortada.

Tengo fija en mi memoria aquella tarde en la que te convencí para acompañarme al cine, a la película para romanticona del momento. Recuerdo cómo te resististe al principio -porque tú eras un tío duro-, y cómo terminaste apoltronado en una de aquellas incómodas butacas de las viejas salas de entonces. Yo miraba el artesonado del techo, te explicaba que me gustaba ir a ese y no al nuevo porque éste antes había sido un teatro y disfrutaba fantaseando con las noches de estreno y con los vestidos fabulosos de las damas acariciando el suelo. Conservo la imagen de nuestras manos entrelazadas antes de que se hiciera la noche, como si de una polaroid se tratara. Dios mío, cuánto tiempo ha pasado desde los días en los que nos besábamos con descaro e imprudencia... Y lo terrible es que parece que acabásemos de despedirnos ante el portal de la casa de mis padres y es que yo aún te estoy viendo girar la esquina del banco, te lanzo un beso con la punta de los dedos y sonrío encandilada.


Te he visto en esas fotografías con tu chaqué, tan serio, tan mayor, tan cabeza de familia... que casi me creo que ese eras tú.

...aunque el tiempo les obligue a cortarse la melena.