martes, 23 de febrero de 2010

29. "Voy a volar a las estrellas...

Ya son quince y más de un millón de sueños. Los pájaros que le revolotean entre las ideas se suelen dar de bruces con su ceño fruncido y cree que no sé que en cuanto cierra los ojos cada noche continúa abrazando a Panchito, aunque se finge indiferente cuando muevo los hilos y le digo que ya va siendo hora de proporcionarle la jubilación, como el pobre elefante se merece.
Tiene los ojos de su padre, rápidos e inquietos, con ese destello de locura que me empeño en colgarle a la edad, ya se sabe, la peor de las vividas, aunque sea por la novedad y por la sorpresa. Quién me lo diría... Yo que he vivido los quince año tras año, que he rebobinado esa película para volvérmela a tragar con acné, dudas, impertinencias, risitas tontas... Yo que creía conocerla como si cada una de sus venas fuera una carreterita serpenteante que llegaba y partía de mí. Qué bobería adolescente la mía.
Una mañana se levantó a lo James Dean y, aún en pijama, despeinada y con pocas ganas de hablar, se nos instaló en el sofá junto a una caja de pañuelos de papel. Hipó tristemente desde el salón, con un dramatismo que me abrió de golpe el álbum de recuerdos de la memoria. Y nos negó la risa heredada de mi abuelo con la que siempre nos iluminaba los domingos de invierno, con esos chistes tan malos y con sus esperpénticas imitaciones de sus hermanos, de su tío y hasta de los vecinos.
Con los dedos manchados de tinta y Romeo y Julieta bajo el brazo, juega con un sobre amarillo que no sabe si tendrá valor para entregar a su destinatario. Dos semanas de eufóricos recibimientos agitados con los más crueles desprecios nos tuvieron a todos vueltos del revés y nos dividimos en nuestros posicionamientos incluso en nuestro fuero interno. Mientras mi yo que adora el amor y la paz mundial se moría por verla regresando feliz después de haber entregado la misiva, mi yo madre quería borrarla de la faz de la tierra y de su memoria.
Ella. Sombra recortada en la oscuridad de la entrada. Apoyada en la verja se deja besar tiernamente, como siempre debería ser la primera vez. Sonrío, café en mano, tras los visillos de la cocina. H. refunfuña que tendría que salir ahí fuera y decir ésto, hacer lo otro...
... para nunca regresar".