viernes, 12 de marzo de 2010

38. La mejor actriz no es la protagonista de la obra...

Ser la otra es una vulgaridad y, además, resulta bastante cruel. Y no importa si se trata de ser la hermana menos agraciada entre un ramillete de beldades de rubios ricitos y mejillas rosadas o si, ya en la juventud, te ves relegada al papel de la invisible amante que viaja siempre sola en los aviones y entra oculta por el manto de la noche, al hotel de lujo en el que se hospeda ese hombre que sabe que nunca, nunca, nunca será el suyo y que, para colmo, tampoco sabe si querría como tal.

Y ser la nuera que siempre queda en un mal papel, tanto si deja que los niños jueguen y se ensucien, como si intenta mantener los vestiditos de los pequeños pajes impolutos. Siempre mejorable, siempre insuficiente o con un aprobado por los pelos sea lo que sea de lo que se trate: la comida de Año Nuevo, el tono de las camisas de su hijo o el papel escogido para las paredes del recibidor. Hay algo que chirría hasta hacer que le moleste a su cabeza o a sus oídos. Y es que siempre están las cuñadas, con esas aureolas de magnificencia, sea porque no tienen niños y van más arregladas por lo que nunca se las encuentran los conocidos sin maquillar; porque no descuidan su imagen y no se apean de los tacones ni para ir al súper, y es que siempre, siempre conocen los mejores restaurantes, escogen mejor los vinos y destilan ese aire cosmopolita que a ti te falta y que nunca tendrás. Ellas sí que dominan el arte del saber estar.

Suegra es una palabra fea. Fea, feísima. Y todas lo seremos casi con toda seguridad. Y casi con la misma seguridad nos sentiremos cómodas en ese disfraz y creeremos que actuamos correctamente; que el mundo gira tal y como nosotras lo sentimos ya que hemos criado a nuestros hijos, hemos visto envejecer a nuestros maridos y hemos terminado aceptándonos y disfrutando -más o menos- de esa que nos mira desde el otro lado del espejo. Pero, por un instante, imagináoslo, quizá por un instante demasiado largo, creamos que hemos sido destronadas. Sí, sí, que el hijo al que le escogíamos hasta los calzoncillos ya no viene a casa ni a probar nuestra tarta de melocotón y que nuestros nietos tienen un amor de madre con el que no compiten helados ni chocolates con churros por doquier. Entonces, recordemos. Sólo recordemos.

... es esa secundaria generosa que sostiene su actuación.