miércoles, 17 de marzo de 2010

40. Conservo tan vívido el recuerdo de aquella montaña rusa...

Escucho viejos discos en el equipo de música que le ponía la banda sonora a mi adolescencia y, tal y como entonces, me tumbo en la alfombra de manera que los tímidos rayos de sol que penetran en mi vieja habitación de soltera, puedan bailar en mi camiseta blanca.

Algunos de mis peluches se conservan en el mismo lugar de las estanterías en el que yo los recuerdo. Y el tablón de notas, antes cargado de postales, fotografías de amigas y teléfonos de los chicos que conocíamos los fines de semana, y que conservábamos como pequeños trofeos, se encuentra medio vacío, sólo coloreado por algunas chinchetas redondas, salpicadas de forma desordenada por toda la superficie. Mi cama, con mi almohada, confidente de noches en blanco y de alguna que otra lágrima; mis armarios, siempre atestados de ropa de la que nunca me quería desprender porque me recorrdaba a ese cumpleaños, a aquella tarde, a una noche con J...

Todo mi mundo y mi refugio estaba dentro de estas cuatro paredes. Nada me faltaba cuando estaba aquí. Incluso podía estirar el cable del teléfono del pasillo y colarlo de forma clandestina en mi cuarto para jugar a lo de cuelga tú..., no..., cuelga tú..., no..., con más intimidad. Y, al otro lado de la línea, siempre, la música de fondo, el parloteo de los chicos que preparan los sacos para dormir, las risas de J., tan estridentes y diabólicas, y su voz, tan..., tan...

Lo siento. Sobredosis de adolescencia...



... que no puedo evitar sentir las nauseas cuando intento respirar".