viernes, 28 de mayo de 2010

59. En la vida, todo vuelve, todo vuelve….


Una siempre quiere conocer los porqués. Y le pide a la vida respuestas, perspectivas diferentes que le ayuden a comprender. Pero la vida, siempre sabia, te enfrenta con una situación similar en la que tú estás en la otra orilla y... entonces lo ves todo diferente, y se hace tan complicado no cometer los mismos errores que cometieron contigo...

Si le culpabas de haber jugado, ¿acaso estarás jugando tú? Si le reprochaste su confianza, su cercanía... ¿no eres cercana tú también? ¿No le abrazas y le escuchas, le preguntas y te interesas por cada detalle que tiene que ver con él? Y te sientes prisionera de los errores que cometieron y cometes, intentando quizá no errar en lo más importante, no hacer daño en lo fundamental. Aunque una parte de ti te dice que la mayor herida ya estaba hecha incluso antes de que tú dijeras nada. Antes de que tú lo supieras, tan siquiera.

Me miras de esa forma extraña, mezcla de los ojos que admiran los cuadros en los museos, de la mirada ilusionada de los niños en los parques y de esa emocionada que acompaña a las buenas noticias. Me gustaría ser mejor. Ser diferente. Hablar menos, poder entenderte más. Me gustaría llegar a esos rincones a los que nadie llega y hacer que se te olvidaran tus mil dolores pequeños. Pero sólo soy yo. Sólo yo. Y me siento en el suelo de mi habitación con esas hojas escritas por ti entre mis manos, herida por tu dolor, el dolor que he causado yo. Es imposible no ver al otro lado del espejo, no sentir que hubo un momento en el que otro se sentó con mi realidad y sintió los daños causados. En la vida todo vuelve. Todo vuelve. Todo.


Y ya siento que no haya podido darte ni mi querer ni mi consuelo, tan si quiera una firme amistad. Todo lo derrumbó el terremoto obsesivo de tu amor. Quizá algún día olvidemos –o no – y visitemos nuestra Pompeya.




Aunque quizá no como se marchó.