lunes, 3 de mayo de 2010

48. Hace tiempo yo también fui carne de bolero.

Abro tu mano intentando que veas - de una vez por todas- el universo que cobijan sus líneas. Dibujo con mis dedos el paisaje de la alegría de la infancia perdida y te cuento entre sonrisas lo hermosa que será la vida que te espera si aprendes a correr riesgos necesarios, a jugarte tus latidos a una sola apuesta. Me pides que te explique, un tanto alterado, cómo puede la gente llorar cuando muere el padre de Simba. Rompemos a reír como si el tiempo se hubiera detenido y desde aquí mismo, al lado de la lavadora, yo aún puedo escuchar nuestras risas nerviosas.

El comienzo de aquella historia no nos gustaba. Yo me contenía mientras hablaba con Carla por teléfono, pero tú no podías dejar de protestar ante la desigualdad social y el clasismo. “Porque creo en la igualdad de clases”. Y me lo decías tan terriblemente convencido que yo no podía dudar ni por un instante que nuestras cenas y las charlas no estaban dentro de tus ideales, que me veías como a tu igual, tu compañera. Esa Campanilla que te regala pensamientos alegres para que puedas volar y regresar a los lugares que más has amado, junto a las personas que supieron leer las líneas de tus manos y no quisieron conocer cifras o balances, apellidos o color de tu sangre.

Mi reloj de pulsera se ahoga entre segundos cuadriculados. Siento que no puedo escapar de este ambiente asfixiante en el que tú y yo nadamos a contracorriente para que nadie descubra que ha sucedido algo irreparable. Luchamos contra los elementos, luchamos contra nosotros mismos... yo me muero. Lorca reposa en mi mesita de noche y me mira con languidez. Hoy no puedo leer nada. No me siento con fuerzas para realizar otro viaje. ¿Fuimos juntos a alguna parte? Tu madre me mira aún desde el otro extremo de la mesa y me tiende la mano con fingida cortesía. Ahí es cuando mi vestido de espejos se agrieta y comienzan a partirse mis imágenes de colores. Lo nuestro se diluye en el material del que se construyen los sueños, la magia... y los boleros.
“Nunca más oiste tú hablar de mí,
en cambio yo seguí pensando en ti”.