lunes, 31 de mayo de 2010

60. “Que no quiero borrachos, ni locos de atar. Ningún mamarracho que me haga llorar.

Y luego me dirán que cuando una mujer lee a Luis Alberto de Cuenca – tan y tan citado por estos mares - , en una cafetería. acompañada de un té blanco y jugueteando con las páginas algo ajadas del volumen de Renacimiento, está libre de grandes peligros; dado que se encuentra en un lugar público, rodeada de personas que pueden acudir en un auxilio en caso de necesidad o incluso que cuenta con la opción siempre adecuada de salir corriendo.

Pues se equivocan damas y caballeros. Hasta mi mesa en penumbra, apartada de las ancianas que meriendan destripando a personajes del colorín y altos ejecutivos, comerciales o el pasante de un despacho de tres al cuarto se entretienen con sus blackberries o con sus corbatas o su pelo, se tiene que acercar un tipo de estos extraños, periódico en mano que, a pesar de ver que ya estoy leyendo, me pregunta si quiero leer la prensa, es más, ante mis negativas, insiste el hombre con cierto apasionamiento porque “pasan en el mundo muchas más cosas de interés que en un mal libro de poemas”.

Dejemos las opiniones personales sobre la poesía –tendríamos mucho que decir si nos metemos en esos jardines, señor del periódico. Para empezar, a las siete de la tarde ya están digeridas las noticias de ese ejemplar y casi, casi lo mejor que yo podría hacer si me interesara saber que van a publicar en la prensa local de una ciudad provinciana como la nuestra, sería llamar a L. y que me contara con qué abren mañana o, para continuar, más rápido y barato, pedir la clave wifie a la amable chica de la cafetería y acceder a cualquier edición online.

Pero no puedo evitar que ese chirrido desagradable me retumbe en los oídos como si fuera la reina malvada, transfigurada en bruja, que le ofrece la manzana envenenada a Blancanieves porque, ¿a quién puede interesarle el mundo exterior si no le interesa el mundo que late dentro de él? ¿Quién puede preocuparse por los goles o por la declaración populista de tal político si no es capaz de compartir sentimiento como el, el odio, el desprecio, la desgana, la desidia o incluso la ira.

Ahí siguió un rato más, periódico en mano, mientras yo jugaba a ignorarlo como se hace con los niños malos que se manchan las manos de tinta y no se las lavan antes de pedirse y comerse un pincho.

… Ni chicos perdidos buscando a mamá ni tipos muy finos que luego te la dan”.