martes, 10 de noviembre de 2009

13. "Siempre hay un momento en la infancia en el que se abre una puerta...

¡Cómo crecen los niños! La primera vez que tienes en brazos a tu hija piensas en lo increíble que resulta que hace unas horas no estuviera y que ahora esté. Y no sólo que esté ahí, entre tus brazos, calentita y blanda, como un osito de gominola. Ahora todo tu mundo gira alrededor de una criatura tan pequeña, tan indefensa y débil… ¿Cómo vas a volver al trabajo en unos meses? que, al fin y al cabo son tan sólo semanas, es decir, ¡¡en unos días!! No puedes, no quieres dejarla en otras manos. No deseas despegártela del vientre y te gustaría fingir que, de alguna manera, sigue ahí dentro, ajena a este mundo malvado en el que ha aterrizado.

Y en un pestañeo ya balbucea, y dice antes papá que mamá, y empieza a gatear, a utilizar la mesita del salón como un asidero perfecto para ponerse en pie. Descubre a los Beatles y baila con Elvis como si hubiera nacido en los 50. Y camina. El abuelo se la lleva al parque con su triciclo. Cuando abres los ojos, tu niña ya está cogida de tu mano, frente al portón verde del colegio, el primer día de guardería. Y es que el tiempo no se detiene ni para tomar aliento. Ella aún no lo sabe, claro, pero en unos segundos llegarán los Reyes Magos, y en menos de una hora, las vacaciones de verano.

Esta niña que nunca llora, se despide de ti como si nada cambiara, como si no fuera un paso más lejano éste que la lleva al reino que tú conoces tan bien. No se pueden aprisionar las agujas de los relojes entre los dedos. Pero, ay, si se pudiera…


... y se deja entrar al futuro".