viernes, 20 de noviembre de 2009

19. ¡Cuidado con ese príncipe, ...

Mi amiga L. es una soñadora. Me resulta complicado en la mayoría de las ocasiones en las que compartimos mesa y mantel, no reírme a carcajadas de alguna de sus ideas o no mirarla con los mismos ojos con los que miro a alguno de mis pupilos. Y es que L. se cree que colgándose de una cuerda y saltando por un puente o tirándose de una avioneta, acelerará su encuentro con el hombre de su vida, más conocido como “Príncipe Azul”. Y le regalo las mayúsculas porque ya no es un cliché para nosotras, sus amigas, es un tío tan real como nuestros novios o maridos y creo que, en ocasiones, nos extrañamos de que no llegue a los postres, la salude con un beso y se siente a charlar con nosotras.

Este novio principesco de L. lleva acompañándola desde el poderoso mundo de su imaginación desde que era poco más que una adolescente y he de reconocer que ninguno de sus novios reales pudo ganarle ni un asalto. Y es que lo de la corona de virtudes es insuperable. El caso es que no es una fantasía sin más, sacada de un cuento de hadas que recordásemos de la infancia. L. conoció a un hombre interesante y culto, mucho mayor que ella, con dinero y apellido, vamos, el tío relucía en azul principesco a los ojos de mi amiga. No resultó nada bien el conato de relación. A este príncipe digámoslo así, no le iban las doncellas. Ni pensaba en rescatarlas, probarles un zapato y mucho menos en casarse con ellas. Así que L. se deprimió muchísimo cuando se enteró por unos compañeros de trabajo del pie del que cojeaba su príncipe-rana y, como se veía incapaz de volver la página de esa historia y comenzar otro cuento, revistió al pobre infeliz de un montón de cualidades de las que carecía y, lo más importante, recogió todo su azul perdido y se lo tiró por encima hasta dejarle ridículo como un pitufo.

Esta tarde nos tomamos un vienés en una terraza del centro, aprovechando que unos tímidos rayos de sol han vencido por unos momentos al frío del otoño. L. está muy nerviosa y a la vez, muy triste. Perdida en un pozo interior del que no habrá príncipe que la rescate. Intentamos no preguntar, dejarle la libertad necesaria para hablar o callar, según sus deseos. Inevitablemente, C. se atraganta con un trozo de su croissant, sobresaltada por una de las noticias del periódico, y L. rompe a llorar de una forma escandalosa. El Príncipe Azul se ha casado. Y no con una princesa. Parece que la sociedad burguesa de esta ciudad se lo ha tomado con cierto escándalo y hay quienes afirman que si su severo padre levantara la cabeza, regresaría a escape al cementerio al conocer tal noticia. L. nos va desgranando toda la información de la que dispone, muchísima más que muchos biógrafos, estoy segura, y entre lágrima y suspiro, comienza a escapársele la risa. Una risita infantil, traviesa, un tanto cruel en ocasiones.

De camino a la plaza, donde cada una toma su camino, le recuerdo a L. lo de siempre, nuestra particular letanía. “Los príncipes azules no existen”. Le explico que más vale que esté preparada para rescatarse a sí misma en caso de necesidad, que se compre el zapatito de cristal con su Visa y el solitario o las dormilonas, como premio después de cerrar una buena venta. Ella sonríe. Por un tiempo imagino que se olvidará del color azul y pintará sus ilusiones de rojo o de verde.

... que destiñe!"