jueves, 19 de noviembre de 2009

18. El viento que hoy araña mi rostro...

Qué extraño me resulta encontrarme con J. después de tantos años. Estas casualidades de fin de semana me vuelven siempre el lunes del revés. Y es que este tiempo que se ha deslizado entre el día en el que yo cogí mi paraguas y salí del Toulouse, debatiéndome entre la libertad y la condena de la culpa; ese tiempo es denso, es fuerte y huele a viejo, a momentos que no han de volver, que uno tiene encerrados en el baúl de la memoria y no quiere que vuelvan a ver la luz del sol.

El caso es que el J. adolescente tenía un encanto del que ahora carece, al menos para mí. Aquella forma en la que movía las manos, con cierto desvalimiento, acompañada de un parpadeo débil, de una sonrisa castigada. Siempre envuelto en ropas negras, con barba de unos días y con las sempiternas ojeras bajos sus ojos verdes. Digamos que aquel J. tenía cierto aire romántico, torturado y apasionado que una jovencita devoradora de libros no podía resistir.

Ahora sólo es un hombre más que echa un vistazo a las estanterías de rock internacional. Sus dedos largos se pasean por las cubiertas plásticas de los discos y el chico que está a su lado no puede evitar perderse en los dibujos que ascienden desde su muñeca hasta la manga de su camisa. Resulta tentador preguntarse qué más habrá debajo, cuántas de sus historias se habrá dejado dibujar en su cuerpo. Absorto, ni se da cuenta de que yo me acerco sigilosa, intentando descubrir sus secretos. ¿Qué habrá sucedido en tantos y tantos meses? ¿Dónde habrá dejado su aire de rebeldía? ¿Lo habrá asfixiado con la corbata y la gomina?

Cuando se gira, yo estoy inmersa en mis pensamientos y no percibo su mirada perdida entre mi pelo. No me doy ni cuenta de la forma en la que el observador pelirrojo nos mira a ambos. Cuando regreso al mundo real de la tienda de discos, sólo me permite ver mi reflejo en sus ojos un instante antes de volverse y salir al otoño.

Tantos días perdidos en tantos millones de cosas. Tantos buenos momentos para ser recordados y, sin embargo, cerramos los ojos porque no soportamos el dolor cegador del final. Será que no me ha perdonado y yo tampoco. Será que ya no es quien yo conocí.

El otoño me aguarda con su cadencia muda. Voy a enfrentarme a él.

..., fue un día benévolo con él.