martes, 17 de noviembre de 2009

16. "El amor es un veneno de tan rara cualidad...

C. se enamoró como un niño, y eso que con los cuarenta cumplidos se prometió que se alejaría de diversiones mundanas y de sábanas extrañas. Quién le iba a decir a él que cinco años después, una niña de casi veinte derramaría su café con leche sobre su pantalón de la suerte, el que niega ponerse siempre que va a cerrar un acuerdo importante, y ni un grito airado se escaparía de su boca. No sé cómo le miraría o cuáles serías las palabras que pronunciaría aquella universitaria atrevida pero, seis meses después, nos arrastraban a todos a una boda ajardinada, terrible para los alérgicos al polen y a los cambios precipitados.

Ahora C. se esconde tras su cerveza en el Rompeolas. Él no ha nacido para la convivencia, me dice pesaroso. Él que había visto a tantas parejas destrozarse, que había sido, como quien dice, la tijera que había cortado el lazo de inauguración de sus nuevas vidas… Él, pirata libertario que temía a los compromisos, el que no sabía lo que significaba naufragar. ”¿Qué hice mal?” Quién lo sabe. Sería tan fácil hilvanar una explicación que comenzara restándole sus edades y que terminara con una reflexión sobre el tiempo que él ya había vivido sin ella y todo el que ella no viviría con él… El caso es que la quiere. Y probablemente ella también le siga queriendo a él.

Salimos al otoño frío para despedirnos frente al despacho de su fiel procurador. Tiene suerte de que ella no descubriera que su mala costumbre de perderse en las camas extranjeras nunca había desaparecido de su agenda. Digamos que ha podido salvar algunos muebles. Que ella no ha visto herida su dignidad. Aunque hay quienes dicen que los fines de semana de congreso en los que él estaba fuera, ella ahogaba las ausencias en los bares del puerto. Y por eso quizá no sea de extrañar que navegue ya por otros mares.

Le digo adiós con la mano. Siento la brisa del mar en el rostro. Sé que C. no ha encontrado consuelo en mis palabras. Sé que ya no lo encontrará en ninguna parte. Tanto tiempo sin haber sido mordido por el áspid del amor y, a estas alturas, ni es capaz de amar como desean, ni de olvidar y remendarse los jirones emocionales; y mucho menos, de dejar de ser quien es desde que recuerda, de tirar el cuaderno rojo, rebosante de pasiones, y practicar colocando otro cepillo de dientes al lado del suyo en el cuarto de baño.

..., que con el mismo veneno se cura la enfermedad".